En los límites de la locura
Dos historiadores, coordinando a seis especialistas, afrontan en esta obra varios desafíos: construir un relato original dentro del tema que más publicaciones ha generado en nuestra historiografía; reunir en ocho estudios casos ejemplares ejemplares que demuestren su tesis (otros tantos igualmente interesantes hubieran podido elegir); soslayar los habituales estudios generalistas políticos y sociales para explicar la violencia política de 1936, y centrarse en las personas que la vivieron, la ejercieron o la padecieron. En suma: «Una historia de individuos y vivencias personales ricas en matices y en contradicciones». Y en el análisis de dichas actitudes, tras la minuciosa colocación de esas teselas humanas, surge un mosaico estremecedor: en la persecución no pesó tanto la situación socioeconómica de las víctimas como la lucha política por los votos, el éxito electoral, la envidia suscitada, la rabia desatada por un cargo no logrado (y sus beneficios), la habilidad dialéctica del rival y sus críticas en los debates municipales o parlamentarios.
Una persona que no había apoyado la sublevación ni era atrabiliaria o injusta con sus vecinos «fue señalado, buscado, localizado y asesinado por su pasado político, por su condición de dirigente de la derecha agraria…». Se recuerda a Largo Caballero asegurando que la derecha no recuperaría el poder ni ejercería responsabilidades de Gobierno… Algo muy actual, recientemente escuchado en nuestro Parlamento. La investigación demuestra que, aunque hubo atrocidades incontroladas, fruto de la pasión
momentánea, la locura activada por el miedo, la furia o la venganza «se mató más a sangre fría, coordinada .... ». Un caso: «Resulta ridículo pensar que las sacas masivas (de la Modelo y otros centros de Madrid) de los meses de noviembre y diciembre de 1936 fueron una decisión de agentes soviéticos o una decisión particular de Santiago Carrillo. Esto es una cortina de humo para ocultar la responsabilidad de quien incita a la acción desde agosto (...) o de quien miraba para otro lado (...)».