Martirio electoral
Los políticos lo han vuelto hacer. Han logrado que todo aquello que es susceptible de empeorar, lo haga. Por si no tuviéramos suficiente con las consecuencias de su mala gestión, es decir, confinamientos, retraso en la vacunación, toques de queda, negocios cerrados, empleos perdidos o en el aire, ruina, colapso sanitario, la barrera de los cien mil muertos, cansancio pandémico…, ahora pretenden que, en mitad de este caos, vayamos todos a votar. Y espero que así sea; el voto debería ser obligatorio además de un derecho, aunque convendría que dejaran de convocarnos a las urnas cada diez minutos, cada vez que el viento sople en contra, se aproxime el siroco o los idus de marzo amenacen con llevarse chiringuitos personales que a la mayoría ni nos van ni nos vienen.
Si no saben gestionar sus éxitos o sus fracasos, podrían abandonar sus cargos en vez de tenernos en una continua peregrinación a las urnas. Si esta pandemia impide que se celebren las tradicionales procesiones de Semana Santa, no sé cómo vamos a digerir la romería electoral que se nos avecina a los que vivimos en Madrid, como ya la sufrieron en Cataluña y como mañana podría darse en otro punto de España. Y aún con todo esto, lo peor es cómo piensan garantizar la seguridad de todos aquellos ciudadanos a los que les toque formar parte de las mesas electorales, porque ya les han anunciado que no piensan protegerles más que con dos mascarillas y una pantalla de plástico. Y por si fuera poco la intranquilidad que eso supone, amén del riesgo para la salud de todos, vamos a tener que sufrir la sucia campaña electoral del 4-M que se nos avecina, por cuyos estertores ya se ha empezado a esparcir podredumbre, basura, ruido y contaminación. El martirio irá más allá de la Semana Santa.