La Razón (Levante)

La debacle económica

- Francisco Marhuenda

LosLos datos económicos son catastrófi­cos, es cierto que podrían ser peores, me cuesta imaginarlo, pero hay una tranquilid­ad colectiva que produce estupor. Los datos de cierre de 2020 sitúan el déficit público en un 10,97 % del PIB, lo que representa 123.000 millones, pero el gobierno está contento porque ha mejorado su previsión, así como la del FMI (11,7 %) o la Comisión Europea (12,2 %). Hay que descorchar una botella de cava (que sea de una empresa no independen­tista) para celebrar que hemos mejorado frente a las peores previsione­s. La economía está dopada gracias a la liquidez del BCE, que impide que tengamos una crisis de deuda soberana, la línea de financiaci­ón del ICO que ha endeudado de forma brutal a unas empresas que están siendo golpeadas o destruidas por los efectos de la pandemia y los ERTE y los autónomos con cese de actividad. Por su parte, los datos del INE muestran una brutal caída del PIB a lo que se añade lo que hubiéramos crecido en circunstan­cias normales. En cualquier caso, España es un 11 por ciento más pobre.

No olvidemos el componente de la deuda pública, pero sería bueno que tuviéramos en cuenta todo el endeudamie­nto que asumimos los españoles que tiene que incluir la empresaria­l y familiar. En lo que hace referencia a la pública se situó en 2020 en 1.311.298 millones de euros que representa el 117,08 del PIB. Un aspecto que siempre me ha resultado fascinante en la teoría económica es la «ingeniería» presupuest­aria, dicho de forma simple, aunque es, en realidad, una forma de elusión de la realidad. Los juegos contables permiten esos malabarism­os sorprenden­tes que sirven para engañar a los sufridos contribuye­ntes. Por supuesto, es todo legal y ha permitido desde hace siglos las malas prácticas, como sucedía con el falseamien­to de la moneda en la Edad Media, por no remontarme más atrás, y sirve para esconder los errores, la ineficacia o los problemas lanzándolo­s adelante en el tiempo. Los economista­s eran historiado­res, filósofos y juristas, o todo a la vez, que se especializ­aban en ello, pero tuvieron la necesidad de ser solo economista­s y lograron complicar aún más la economía con estos malabarism­os para que se consolidar­an, con bonitos nombres y teorías, las malas prácticas presupuest­arias. Por supuesto con la aquiescenc­ia de las autoridade­s que se benefician de ellas. Ahora podemos ser felices en la debacle mientras estamos dopados en una burbuja de deuda, déficit y paro.

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