Llamar periodismo a lo que no lo es
David del Cura
Si no es por el Departamento de Estado norteamericano no nos enteramos de lo que pasa en España. Quizá rasgarnos ahora las vestiduras quede un poco forzado porque lo que han hecho los de Washington es poner en una lista la ristra de denuncias de Organizaciones y Asociaciones. Si sirve este altavoz para mirar la degradación del debate público bienvenido sea, si es simplemente para arrear al Gobierno habrá sido otro episodio fallido.
Algunas de esas denuncias quedaron en «cosas» y en la defenestración de la APM. Nos hemos acostumbrado con ovina disciplina a que desde el poder, en cualquiera de sus manifestaciones, se señale a periodistas. Más allá de los casos concretos que entrecomilla el Departamento de Estado están los linchamientos diarios en las redes sociales. El efecto es la planicie informativa o la provocación, la víctima el periodismo. Lo más pernicioso es llegar a llamar periódicos a los puestos donde se alojan los francotiradores de partido y grandes grupos de poder para saltar cabezas por los aires y que se vea. Después llegan los bots y algún nombre propio a chapotear en la sangre. Estamos llamando periodismo a lo que no lo es. A este proceso de domesticación contribuyen las nuevas corrientes de opinión y análisis donde todo se hace sin fuentes. Ni una ni dos… mejor ninguna para que no eclipsen la brillante pluma.
Para colmo la pandemia ha generado un efecto pernicioso en el acceso a la información. Las fuentes, oficiales y menos oficiales, nos la dan embotellada en enlaces y archivos con los que rellenar espacios cuando no quedan historias. Hemos llegado al periodismo de «no meterse en líos» y eso es un alivio para quienes tienen el poder y cuando el redactor se revuelve se recuerda su nombre en el rollo de la plaza pública.