La Razón (Levante)

Extraña y amarga fruta

- Sergi SÁNCHEZ

Dirección: Lee Daniels. Guión: Suzan-Lori Parks, L. Daniels (Novela: Johann Hari). Intérprete­s: Andra Day, Trevante Rhodes, Natasha Lyonne, Garrett Hedlund. Estados Unidos , 2021. Duración: 130 min. Drama.

Parece que la primera vez que el agente del FBI Jimmy Fletcher arrestó a Billie Holiday, esta no solo se desnudó sino que se orinó en el suelo. Es extraño que el cineasta que hizo reír de estupefacc­ión al público de Cannes con la súbita lluvia dorada que Nicole Kidman le practicaba a Zac Efron en «El chico del periódico» haya desaprovec­hado semejante ocasión para marcar territorio, aunque no es casualidad que la secuencia más tremendist­a del errático «biopic» que nos ocupa empiece precisamen­te con la cantante de jazz buscando un rinconcito en el campo para orinar. Adicto al «trash» sensaciona­lista, o al melodrama úrico, Lee Daniels echa toda la

Lo mejor

Andra Day es, de lejos, el gran acierto de un «biopic» tirando a desastroso

Lo peor

Daniels es un cineasta incapaz de darle coherencia a la historia de Holiday

carne en el asador cuando Holiday descubre, tras unos matorrales, los efectos del Kuklux Klan en una humilde familia de negros sureños, y eso la conduce a un viaje hacia los infiernos con gritos ahogados, encuadres torcidos y un chute de heroína como posible anestésico. Es la típica escena histriónic­a que podíamos encontrar en la espantosa «Precious», su celebrada ópera prima, y que aquí asoma el morro en algunas ocasiones –otro momento estelar: el viaje opiáceo de Fletcher, que, en un absurdo cambio de punto de vista, nos introduce en la sórdida infancia de Holiday en un prostíbulo– con ánimo de rasgar el espíritu de «biopic» de prestigio de una película que aspira en centrarse en la condición de víctima de la virtuosa, singularís­ima cantante de jazz, que, con «Strange Fruit», tema dedicado a denunciar el linchamien­to de los negros en una América ferozmente racista, se convirtió en chivo expiatorio de la división de narcóticos de Hoover, obsesionad­os en encarcelar su voz ingobernab­le. Daniels quiere ceñirse a ese periodo, entre 1947 y 1959, año de su muerte, pero de vez en cuando abre el diafragma

y se pierde entre la maleza. Enmarca el relato en una entrevista que sirve para poner en marcha la manida rememoraci­ón del auge y caída, pero se olvida de ello en cuanto puede. A veces abrupto, a veces documental, a veces aterciopel­ado, no tiene la más mínima idea de qué película quiere hacer. La única que le ayuda a no caer en el más rotundo de los ridículos es Andra Day, quien se beneficia de una voz narcótica y un cuerpo frágil pero intenso, a lo Edith Piaf, para salvar la función.

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