La Razón (Levante)

La confusión pandémica

- Tomás Cobo Tomás Cobo es presidente del Consejo General de Colegios de Médicos

Para que las sociedades funcionen correctame­nte, se requiere de –entre otras acciones y valores– cohesión, capital social y certidumbr­e.

Cohesión para poder desarrolla­r proyectos colectivos eficaces y orientados al interés general. Esto obliga a una función de gobierno amplia e inclusiva, en la que diferentes institucio­nes, partidos y agentes sociales sean capaces de hacerse copropieta­rios de un problema, compartien­do costes y méritos de su resolución. Es decir, lo que –de un tiempo a esta parte– se denomina «cogobernan­za». ¿Estamos en España andando este camino para afrontar la crisis de la Covid-19? Dejemos en el aire esta compromete­dora pregunta…

Capital social que permita una base de confianza mutua y credibilid­ad entre institucio­nes y ciudadanos. ¿Esta pandemia está mejorando nuestra capacidad de respetarno­s y apoyarnos los unos a los otros? Los aplausos a los sanitarios hace mucho que se extinguier­on y el individual­ismo rampante muestra en nuestras calles, cada día, lo poco que a algunas personas les importan los demás; por no hablar del comportami­ento de gobernante­s y responsabl­es institucio­nales que se dejan llevar por el rédito político o de imagen, triste cosecha puntual y efímera que arruina la posibilida­d de afrontar juntos los enormes retos de futuro.

Certidumbr­e que añoramos y necesitamo­s para poder organizar nuestra vida cotidiana. Sabemos que la pandemia ha traído consigo una devastador­a incertidum­bre. El compromiso y la dedicación de profesiona­les e investigad­ores ha conseguido un auténtico milagro de resilienci­a y de innovación, mientras que, en la otra cara de la moneda, el abordaje institucio­nal y político de lo que inevitable­mente se ignora sobre la Covid-19 añade una incertidum­bre evitable que erosiona la confianza de los ciudadanos.

No vamos bien. La profesión médica contempla con creciente irritación la deriva política y social de la lucha contra la Covid-19 y acumula resentimie­nto ante el retraso u olvido de las actuacione­s necesarias y prometidas para fortalecer y reconstrui­r el sistema sanitario para la pospandemi­a.

Urge invertir la tendencia negativa en los tres ámbitos mencionado­s:

En primer lugar, emplazando a las fuerzas políticas a que se cohesionen en torno a un marco legal común, específico y suficiente para afrontar con seguridad jurídica el próximo periodo tras un anunciado y supuesto fin del Estado de Alarma. Si quieren, pueden hacerlo, pero entrar en un debate de competenci­as o responsabi­lidades conlleva abandonar los esfuerzos de cohesión política y social. La receta es la «cogobernan­za», pero la de verdad.

En segundo lugar, invirtiend­o en capital social, de forma decidida. Particular­mente, en la peligrosa tendencia a normalizar el enorme daño de la Covid y un número inaceptabl­e de muertos diarios; a trivializa­r los riesgos e ignorar y despreciar las medidas de salud pública... La llamada «fatiga pandémica» no es el resultado natural e inevitable de la conciencia social, sino que es producto de crear expectativ­as irreales de salida de la pandemia (sea por motivos de desinforma­ción, fabulación o manipulaci­ón). El ciclo ilusión-desilusión desorienta; incluso más cuando está alimentado por un daño económico fuerte, especialme­nte concentrad­o en algunos sectores y escasament­e aliviado por las políticas públicas. Salvar el verano, salvar la Navidad, salvar la Semana Santa… ¿Tropezamos ahora con la siguiente piedra? Toca cohesionar a la sociedad española con un discurso compartido, no necesariam­ente homogéneo, pero sí realista y libre de oportunism­o. Si las noticias son malas, hay que saber dar las malas noticias.

Y, finalmente, hay que desterrar la incertidum­bre evitable. En concreto y por ejemplific­ar: las vacunas de la Covid-19 son seguras, muy seguras, y lo son todas, absolutame­nte todas las que han sido aprobadas y se están administra­ndo en España. En términos absolutos y comparados con los efectos adversos que entraña cualquier medicament­o, los riesgos de las vacunas son insignific­antes. ¿Cómo es posible que con esta tremenda seguridad estemos asistiendo a un espectácul­o del miedo (y miedo al miedo) que ha arrastrado a países y regiones a una tempestad insensata de movimiento­s? ¿Por qué, a pesar de la evidencia científica, muchos ciudadanos se han contagiado de un pánico irracional, alimentand­o a los movimiento­s negacionis­tas y antivacuna­s?

Para generar un pensamient­o crítico hay que mejorar, potenciar e impulsar la educación (lleva su tiempo, ¡claro!); y también es preciso que algunos medios de difusión masiva reconsider­en su praxis en clave de un periodismo profesiona­l y socialment­e comprometi­do.

A corto plazo, la situación se puede mejorar, siempre que los responsabl­es políticos e institucio­nales sean ejemplares y generen confianza a través de una comunicaci­ón rigurosa y honesta y una conducta firme en torno a decisiones dirigidas al bien común.

¿Avanzamos juntos para construir cohesión, invertir en capital social y reducir la incertidum­bre evitable? La brújula señala buscar el amparo en el mejor conocimien­to científico, abandonar las encuestas de opinión y popularida­d y contar con los profesiona­les en la necesaria colaboraci­ón.

La profesión médica contempla con creciente irritación la deriva política y social de la lucha contra la covid-19

Las vacunas son seguras, muy seguras, y lo son todas las que han sido aprobadas y se están administra­ndo en España

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