La confusión pandémica
Para que las sociedades funcionen correctamente, se requiere de –entre otras acciones y valores– cohesión, capital social y certidumbre.
Cohesión para poder desarrollar proyectos colectivos eficaces y orientados al interés general. Esto obliga a una función de gobierno amplia e inclusiva, en la que diferentes instituciones, partidos y agentes sociales sean capaces de hacerse copropietarios de un problema, compartiendo costes y méritos de su resolución. Es decir, lo que –de un tiempo a esta parte– se denomina «cogobernanza». ¿Estamos en España andando este camino para afrontar la crisis de la Covid-19? Dejemos en el aire esta comprometedora pregunta…
Capital social que permita una base de confianza mutua y credibilidad entre instituciones y ciudadanos. ¿Esta pandemia está mejorando nuestra capacidad de respetarnos y apoyarnos los unos a los otros? Los aplausos a los sanitarios hace mucho que se extinguieron y el individualismo rampante muestra en nuestras calles, cada día, lo poco que a algunas personas les importan los demás; por no hablar del comportamiento de gobernantes y responsables institucionales que se dejan llevar por el rédito político o de imagen, triste cosecha puntual y efímera que arruina la posibilidad de afrontar juntos los enormes retos de futuro.
Certidumbre que añoramos y necesitamos para poder organizar nuestra vida cotidiana. Sabemos que la pandemia ha traído consigo una devastadora incertidumbre. El compromiso y la dedicación de profesionales e investigadores ha conseguido un auténtico milagro de resiliencia y de innovación, mientras que, en la otra cara de la moneda, el abordaje institucional y político de lo que inevitablemente se ignora sobre la Covid-19 añade una incertidumbre evitable que erosiona la confianza de los ciudadanos.
No vamos bien. La profesión médica contempla con creciente irritación la deriva política y social de la lucha contra la Covid-19 y acumula resentimiento ante el retraso u olvido de las actuaciones necesarias y prometidas para fortalecer y reconstruir el sistema sanitario para la pospandemia.
Urge invertir la tendencia negativa en los tres ámbitos mencionados:
En primer lugar, emplazando a las fuerzas políticas a que se cohesionen en torno a un marco legal común, específico y suficiente para afrontar con seguridad jurídica el próximo periodo tras un anunciado y supuesto fin del Estado de Alarma. Si quieren, pueden hacerlo, pero entrar en un debate de competencias o responsabilidades conlleva abandonar los esfuerzos de cohesión política y social. La receta es la «cogobernanza», pero la de verdad.
En segundo lugar, invirtiendo en capital social, de forma decidida. Particularmente, en la peligrosa tendencia a normalizar el enorme daño de la Covid y un número inaceptable de muertos diarios; a trivializar los riesgos e ignorar y despreciar las medidas de salud pública... La llamada «fatiga pandémica» no es el resultado natural e inevitable de la conciencia social, sino que es producto de crear expectativas irreales de salida de la pandemia (sea por motivos de desinformación, fabulación o manipulación). El ciclo ilusión-desilusión desorienta; incluso más cuando está alimentado por un daño económico fuerte, especialmente concentrado en algunos sectores y escasamente aliviado por las políticas públicas. Salvar el verano, salvar la Navidad, salvar la Semana Santa… ¿Tropezamos ahora con la siguiente piedra? Toca cohesionar a la sociedad española con un discurso compartido, no necesariamente homogéneo, pero sí realista y libre de oportunismo. Si las noticias son malas, hay que saber dar las malas noticias.
Y, finalmente, hay que desterrar la incertidumbre evitable. En concreto y por ejemplificar: las vacunas de la Covid-19 son seguras, muy seguras, y lo son todas, absolutamente todas las que han sido aprobadas y se están administrando en España. En términos absolutos y comparados con los efectos adversos que entraña cualquier medicamento, los riesgos de las vacunas son insignificantes. ¿Cómo es posible que con esta tremenda seguridad estemos asistiendo a un espectáculo del miedo (y miedo al miedo) que ha arrastrado a países y regiones a una tempestad insensata de movimientos? ¿Por qué, a pesar de la evidencia científica, muchos ciudadanos se han contagiado de un pánico irracional, alimentando a los movimientos negacionistas y antivacunas?
Para generar un pensamiento crítico hay que mejorar, potenciar e impulsar la educación (lleva su tiempo, ¡claro!); y también es preciso que algunos medios de difusión masiva reconsideren su praxis en clave de un periodismo profesional y socialmente comprometido.
A corto plazo, la situación se puede mejorar, siempre que los responsables políticos e institucionales sean ejemplares y generen confianza a través de una comunicación rigurosa y honesta y una conducta firme en torno a decisiones dirigidas al bien común.
¿Avanzamos juntos para construir cohesión, invertir en capital social y reducir la incertidumbre evitable? La brújula señala buscar el amparo en el mejor conocimiento científico, abandonar las encuestas de opinión y popularidad y contar con los profesionales en la necesaria colaboración.
La profesión médica contempla con creciente irritación la deriva política y social de la lucha contra la covid-19
Las vacunas son seguras, muy seguras, y lo son todas las que han sido aprobadas y se están administrando en España