A 10.000 votos de entrar en la Asamblea
Los naranjas se ofrecen como la alternativa a la crispación y al duelo entre Vox y Podemos
La única encuesta válida en un proceso electoral es el voto que depositan los electores el día de las elecciones. Este mantra tan repetido es la esperanza a la que se aferran en el cuartel general de Ciudadanos donde no pierden la esperanza de entrar en la Asamblea el próximo 4 de mayo. Con las encuestas en contra y casi ninguna augurando un desenlace positivo para el candidato de la formación naranja, Edmundo Bal, desde el partido aseguran que sus sondeos internos les sitúan a 10.000 votos de conseguir el ansiado 5% con el que lograrían de golpe siete escaños, fundamentales para reeditar la alianza con la popular Isabel Díaz Ayuso y desactivar a los extremos.
«Con mis votos, Vox no va a estar en el gobierno de Madrid», aseguró Bal hace unos días en una entrevista. Está centrado en poner en valor la gestión de los populares y Ciudadanos, destacando la gestión económica de sus consejeros durante los dos años que ambos partidos gobernaron en coalición. Antes del debate de Telemadrid, fuentes naranjas aseguraban que estaban al filo de conseguir ese ansiado cinco por ciento que evitaría que sus votos no sean estériles y se tiren a la basura.
Según se desprende de la última encuesta de NC Report, realizada entre el 23 y 27 de abril, hay posibilidades de remontada y es posible que los naranjas logren representación ya que están frenando la fuga de electores, especialmente aquellos que se estaban dirigiendo hacia Vox gracias al talante y la moderación que el candidato naranja está representando en sus últimas apariciones públicas. En tan solo cinco días, los naranjas sumaron 51.000 votos, fundamentales para situarles de nuevo en la carrera electoral para lograr representación. Este dato coincide con los tracking internos de las formación donde constatan que los debates y las entrevistas en medios de comunicación están dando aire al candidato y le sitúan es ascenso.
Desde la formación estiman que el umbral de 5% estaría en torno a los 160.000 votos en toda la Comunidad, de los que entre 140.000 o 150.000 estarían asegurados por los fieles. La diferencia respecto a 2019 sería, eso sí, es enorme ya que el que fuera vicepresidente del gobierno de Ayuso, Ignacio Aguado, logró 629.940 votos en 2019.
Es cierto que ese número de votos supondría en torno al 4,2% de las papeletas, una cifra que pocos de los sondeos publicados esta semana refleja. Así por ejemplo, según el de NC Report para
LA RAZÓN, prevé un 3,6%; el de Metroscopia para El País baja hasta el 3,0%; sin embargo, el de Sigma2 para El Mundo es más optimista y les sitúa en 4,1% y el único que les sitúa dentro de la Asamblea es el de Ipsos para la Vanguardia que les da un 6,2% de voto. La suma de la media de todas las encuestas daría a los naranjas un 4,2, en línea con sus proyecciones internas.
Ciudadanos ha enfocado toda su campaña a lograr este 5%. Es el todo o la nada para una formación de centro que ha visto como otras en el mismo espectro político cayeron al no ser capaces de mantenerse a flote. El 5% es el porcentaje que exige la Ley Electoral de Madrid para sumar escaños y lograr representación. Superado ese umbral ya tienen garantizados, al menos, 7 diputados. En caso, de que finalmente consigan la gesta y entren en la Asamblea, los expertos demoscópicos consultados por LA RAZÓN, sostienen que entre tres y cuatro escaños se los restaría al PP y entre tres y cuatro a Más País o Vox. Todo dependerá de la movilización, que podría situarse en los mismo niveles que en unas generales, es decir, por encima del 70 por ciento frente al 65 por ciento que suele participar en una cita autonómica.
De entrar en la Asamblea, Ciudadanos salvaría los muebles y logaría sobrevivir en el tablero nacional, manteniendo en el arco político una opción moderada y centrista en medio de tanta crispación y extremismo.
Confesaba Benito Pérez Galdós que «ha habido días que pensé en meterme en casa y no ocuparme de la política. Pero lo he pensado mejor». Por suerte lo pensó mejor y dedicó muchas horas y muchas letras a lo común, a lo de todos, dejándonos un valioso legado al que recurrir en épocas convulsas. La suya, el siglo XIX, lo fue y trató de buscar espacios moderados en los que resguardarse: trazó una semblanza tan certera y amplia de España que mirándonos en aquella que él describió podemos interpretarnos ahora. Ante ciclos agitados, como el de la campaña de Madrid que estamos a punto de terminar, resulta pertinente (y muy necesario) pararse a reflexionar sobre las últimas semanas e intentar hacer un balance de lo ocurrido. Y podemos hacerlo a través de tres parámetros diferentes que nos permitirán esbozar una visión global de lo que nos ha pasado y, aún, de los que nos está pasando. Veamos.
Las emociones
Aunque un destacado dirigente político madrileño me reconocía estos días que nunca había vivido unos comicios con un clima de tanta tensión, lo cierto es que los choques frontales, la polarización o el frentismo (llamémoslo como queramos llamarlo) no constituyen ninguna novedad. Ni en procesos electorales de otros países ni, por supuesto, en los de España. Politólogos y antropólogos han esbozado teorías en las que defienden que el razonamiento requiere de la emoción para llegar a conclusiones: antes del pensamiento vendría el sentimiento. Según estas corrientes, las decisiones políticas estarían condicionadas por las emociones. Apelar a ellas para mover a los votantes es algo que se ha hecho a lo largo del tiempo, pero a partir de dos aproximaciones diferentes: una, la de los periodos positivos en los que se incide en valores como la igualdad o la esperanza (basta recordar el eslogan de campaña de Barack Obama), y otra, que se caracteriza por exacerbar las emociones negativas (rechazo, odio o miedo). En esta, el objetivo es agitarlos para conseguir movilizar a quienes no encuentran motivos para ir a las urnas. Y así es como las amenazas se han colado en campaña: el más evidente resumen gráfico de los excesos (sin restar un ápice de la gravedad a cualquier tipo de intimidación) es la imagen de la ministra Reyes Maroto sosteniendo la foto de la navaja que le enviaron en un sobre. La vieja estrategia de técnica política de usar la inseguridad como catalizador del voto, aunque la experiencia de tiempos pasados apunte a los riesgos del método.
La sondeocracia
Las encuestas han tenido un papel cambiante en las distintas citas con las urnas de los últimos años. Paradigmáticos, por erróneos, fueron los casos del Brexit o la victoria de Donald Trump en 2016. Los sondeos fallaron y los expertos intentaron fijar las causas de los desvíos: se trata de fotos fijas que solo reflejan un momento concreto, no muestran de verdad lo que le pasa a una sociedad o los encuestados ocultan su verdadera intención fueron algunas de las explicaciones para tratar de justificar lo sucedido.
Lo cierto es que, más allá de acertar o no el resultado, los estudios demoscópicos tienen, o pueden tener, la capacidad de influir en la intención de voto de los electores que los reciben en momentos en los que aún no han tomado una decisión en firme. Suele hablarse de las profecías autocumplidas o, incluso, de sondeocracia. Un término acuñado por el politólogo italiano Giovanni Sartori que alerta de los peligros de abusar de una técnica que, por lo demás, resulta tan útil como interesante para entender las sociedades en las que vivimos. Y en esta campaña, el CIS, omnipresente, ha combinado sus sondeos habituales, con otros denominados flash (creados exprofeso para el 4-M) y con la realización de encuestas incluso durante esta última semana, pese a estar prohibidas por la Ley Electoral. Estas polémicas convierten en pertinente la necesaria revisión sobre el papel y el uso que debería tener un organismo público como el CIS, que era tan prestigioso e indiscutible antes de la llegada de José Félix Tezanos.
Los sorpasos
Y junto a las viejas y las nuevas prácticas, nos encontramos con otras situaciones que se repiten una y otra vez. No hay que mirar muy atrás (basta con rescatar la hemeroteca de los últimos seis años) para comprobar que una de las consecuencias de la atomización de la política española ha sido la pugna cruenta entre los partidos que compiten por el mismo espacio demoscópico. PSOE, Podemos y Más Madrid mantienen en estas elecciones una competición sin tregua y se disputan una hegemonía que va más allá, incluso, del mero resultado: marcará el futuro de algunos de sus candidatos y presenta elementos, además, de una cierta vendetta o de una especie de ajuste de cuentas con el pasado.
El líder de Podemos, Pablo
Iglesias, que durante un tiempo aspiró a absorber al PSOE, se ve ahora amenazado por la lucha cainita con Íñigo Errejón, mientras Ángel Gabilondo mira con cautela los avances de Mónica
García. En el espacio de la izquierda no solo se juegan los escaños de la Asamblea de Madrid, sino la consolidación de unos proyectos o la aniquilación de otros. Y como ya hemos visto en convocatorias anteriores, las amenazas de los sorpasos, al final, pueden terminar concretándose. Así que, en ese afán galdosiano de comprender la política que nos rodea, el dibujo de estas dos intensas semanas de campaña nos permite descubrir que nuestros tiempos acelerados son, a la vez y paradójicamente, tan viejos y tan nuevos como cíclicos.