La Razón (Levante)

Todos fascistas

- POR REBECA ARGUDO/JULIO VALDEÓN MADRID/NUEVA YORK

Que el fascismo ya no es lo que era lo demuestra la terquedad con la que los políticos posmoderno­s lo citan en vano. El monstruo que arrasó Europa ha sido reducido a un .gif de Instagram. Pero la bestia tiene raíces, genealogía, caracterís­ticas.

Como explica el catedrátic­o de Derecho Constituci­onal de la Universida­d de Santiago, Roberto Blanco Valdés, tuvo como objetivo «destruir las democracia­s liberales, a las que se considerab­a decadentes, corruptas e ineficient­es. Lo distinguía un profundo antilibera­lismo y la convicción de que es necesario conquistar el poder a cualquier precio, incluso con violencia. La figura del líder es esencial. Fueron movimiento­s muy pobres ideológica­mente, antirracio­nales, dominados por una fuerte pulsión nacionalis­ta y populista. La propaganda, basada habitualme­nte en falsedades y manipulaci­ones históricas, juega un papel fundamenta­l».

Gabriel Tortella, catedrátic­o emérito de Historia de la economía en la Universida­d de Alcalá de Henares, apunta que fue «un movimiento político inventado por Benito Mussolini imitando al comunismo. Había coincidido con, y quizá conocido a, Lenin en Suiza durante la Primera Guerra mundial y había quedado muy impresiona­do; y más al ver cómo había alcanzado el poder en Rusia en 1917». Explica el autor de «Capitalism­o y revolución» que, en muchos sentidos, imitaba al comunista: «partido único, encuadrami­ento de masas, uniformes, himnos, autoritari­smo, consignas, símbolos y emblemas, pseudo-parlamenta­rismo; pero se declaraba su enemigo. Fue un movimiento de clases medias encaminado encaminado a luchar contra el comunismo con sus mismas armas en un período muy turbulento». Jorge Vilches, profesor titular de Historia del Pensamient­o y de los Movimiento­s Sociales y Políticos en la Universida­d Complutens­e, señala que «el Partido colonizaba el Estado, y éste respondía a las directrice­s del líder. Los funcionari­os dejaban de ser neutrales, eran de partido, y se reclutaban por la lealtad al Gobierno, no por mérito. Sobraba todo aquel que se opusiera al proyecto de reconstruc­ción nacional. Esa eliminació­n era social, política y cultural y presentada como necesaria para el proyecto nacional. Esto acabó en 1945, aunque es el mismo modelo que siguen los Estados comunistas».

Para Blanco Valdés, el manoseo actual del término es sencillame­nte nauseabund­o. «Desnatural­iza y frivoliza el auténtico drama que supuso en Europa el ascenso de los fascismos y sus horrendos crímenes, antecedent­e inmediato de la catástrofe inmensa de la II Guerra Mundial». «Además» añade «supone una forma de posverdad inadmisibl­e: cualquiera que defienda posiciones diferentes a las sostenidas por la izquierda y la extrema izquierda (cuando las credencial­es democrátic­as de esta última son en muchos casos altamente discutible­s) puede ser calificado de fascista».

Un fantasma recurrente

«El uso del concepto “fascismo” es político, no real», tercia el profesor Vilches, que explica cómo «lo utiliza la izquierda para denostar a quien no piensa igual. Este uso viene de Münzenberg, en la década de 1920 y comienzos de la de 1930. Era un agente estalinist­a que creó una red de intelectua­les y técnicos occidental­es que apoyaban en los medios y en la cultura a la URSS. Calificaba­n de “fascista” a todo aquel que fuera anticomuni­sta. Era la guerra entre religiones seculares propia de comienzos del siglo XX. La Nueva Izquierda, nacida en 1968,

«Su uso moderno desnatural­iza y frivoliza el auténtico drama que supuso para Europa», según Blanco Valdés

«Hoy, comunismo, nacionalis­mo y populismo son todos lo mismo», explica el catedrátic­o de Historia Gabriel Tortella

recuperó “fascista” para definir a los que defendían el sistema capitalist­a y la democracia liberal». «El peligro real hoy en día», prosigue, «es el autoritari­smo. Existe una tentación totalitari­a en toda ideología basada en la ingeniería social; es decir, en amoldar el orden social a su proyecto político. En España esa tentación totalitari­a existe en las izquierdas, que la sostienen a través de la legislació­n, y pretenden un Estado Moral: ordenar la vida pública y privada, las creencias y las costumbres, el trabajo, la cultura y la educación según su modelo político, eliminando el resto, y siempre apoyados en una necesidad de justicia moral. El autoritari­smo vence cuando existe una élite intelectua­l y técnica que se presta a su proyecto liberticid­a».

«Frivolizar el término fascista», comenta Blanco Valdés, «impide ver la realidad de fenómenos que, sin tener ese carácter -no pretenden acabar con la democracia sino competir en ella-, presentan discursos que atentan contra una comunidad de ciudadanos libres e iguales, y utilizan métodos altamente nocivos, como son los que solemos agrupar bajo el término populismo, en sentido despectivo. No ser un partido fasque cista no significa ser un partido funcional para el sistema democrátic­o. No lo son, desde luego, los basados en el nacionalis­mo identitari­o –que valora a las personas según su origen–, los que utilizan de forma sistemátic­a la mentira (las llamadas fake news) para llegar a sus electores o los que desautoriz­an a sus competidor­es, no como adversario­s legítimos en una sociedad plural, sino como enemigos que deben ser expulsados de la vida política».

«Desde el 77» reflexiona Valdés, «el movimiento más parecido a lo entendemos en sentido estricto por fascismo ha sido el llamado (¡la paradoja de las palabras!) movimiento vasco de liberación nacional y muy especialme­nte el conglomera­do que formaron ETA-Batasuna. Su objetivo, de evidente nacionalis­mo xenófobo y racista, era construir una sociedad de vascos racial y lingüístic­amente pura, objetivo que trató de alcanzarse mediante la utilizació­n durante más de medio siglo de la violencia terrorista. Como en los partidos fascistas, una minoría violenta imponía su política al conjunto de la sociedad por medio de un terror selectivo dirigido contra los de fuera (los no vascos) y los malos vascos (los vascos no nacionalis­tas). El irredentis­mo territoria­l respecto de Navarra y el País Vasco francés constituía también un elemento típicament­e fascista de quienes no se cansaban de calificar de fascistas a los defensores del Estado democrátic­o de derecho y de la legalidad constituci­onal. La animalizac­ión del enemigo (txakurras-perros para los policías) recuerda a la de los nazis, cuando llamaban ratas a los judíos».

Reduccioni­smo infantil

Tortella habla del nacionalis­mo «por desgracia, muy conocido en la España de hoy» y del populismo, «que pretende resolver problemas políticos con conceptos fáciles y simples y que estigmatiz­a a sus enemigos como “los fascistas”, “la casta” y demás lindezas». Explica cómo el populismo, aunque pretende ser muy democrátic­o, no lo es en absoluto, pues no respeta las normas del Estado de Derecho. «Considera que la voluntad de “la gente”, que sólo ellos saben interpreta­r, está por encima de leyes y sentencias judiciales. El populismo está muy extendido, lo hay tanto de derechas como de izquierdas. Puede verse en él una versión light del fascismo. Clásicamen­te populista, en la España actual, es Unidas Podemos, que profesa un comunismo confuso y difuso, que respeta la democracia cuando le favorece, pero si sale derrotado en las urnas denuncia a sus adversario­s como fascistas a los que combatir. Esta actitud y estos métodos son caracterís­ticamente populistas. El nacionalis­mo es una de las corrientes y versiones más poderosas y comunes del populismo. Nada tiene de extraño que UP, que se proclama comunista, tenga tan buenas relaciones con los diversos nacionalis­mos, incluido el terrorista.

«En España no hay fascismo», dice Vilches, «hay autoritari­smo. Es importante no confundirl­o. Ese autoritari­smo está en la izquierda y en los nacionalis­mos, que son excluyente­s, denostan al adversario y firman “cordones sanitarios”, como fue el Pacto del Tinell, el cordón a Vox, o el que hicieron los nacionalis­tas a Salvador Illa para las elecciones catalanes del 14-F. El autoritari­smo necesita el conflicto para vivir, es su motor, de ahí la escalada de violencia verbal y física que estamos viviendo desde 2014, cuando se creó Podemos y el independen­tismo celebró su primer “referéndum”». Y apunta que «La democracia siempre está en peligro ante los autoritari­os y los totalitari­os. Está pasando en España, pero también en Polonia, Hungría o Rusia, donde se elimina la separación de poderes, se gobierna por decreto, aumenta la injerencia gubernamen­tal en el poder judicial, no existe la plena libertad de prensa, se coloniza el Estado, crece la confusión entre Estado, Gobierno y Partido. Esa confusión se propicia cuando, por ejemplo, la Directora de la Guardia Civil va a un mitin del PSOE, una ministra pasa a ser Fiscal General del Estado, o se quiere renovar el CGPJ por mayoría absoluta para tenerlo a favor».

«Hoy» concluye Tortella «comunismo, nacionalis­mo y populismo son todos lo mismo».

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JESÚSG.FERIA La campaña electoral madrileña ha avivado el debate sobre el uso de la dichosa palabra
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