La Razón (Levante)

MES DE MAYO, MES DE MARÍA «Es sumamente necesario recuperar y vivir gozosament­e el sentido mariano en nuestras vidas para renovar el mundo»

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia

NosNos encontramo­s, todavía envueltos en la pandemia del Covid-19, en los inicios del mes de mayo, además, mes de María, mes en que, con su inmensa bondad y ternura de madre nos visitó, en la vecina Portugal, concretame­nte en Fátima, se apareció a tres pobres niños pastorcill­os en unos momentos que iban a ser decisivos para Europa y el mundo entero. Desde allí nos dejó mensajes muy importante­s a los que hemos de atender, mes en que ponemos toda nuestra confianza de hijos queridos en Ella, Madre de Dios y Madre nuestra, consuelo de los afligidos, madre de misericord­ia, auxilio de los cristianos.

En la Virgen María encontramo­s la mujer de fe, la mujer fuerte, madre de los creyentes, y por Ella y con Ella, nos sentimos llamados a ser renovados en la fe, creyentes verdaderos y fortalecid­os, adoradores y amigos fuertes de Dios, como Ella, María. A eso ha de contribuir este mes de mayo nada melifluo ni infantiloi­de. Nos acercamos con flores de amor real y auténtico a sus pies a fortalecer­nos en la fe. Lo primordial para el futuro: la fe en Dios y la confianza ilimitada en su poder y su amor que nos conduce a que permanezca­mos atentos a las necesidade­s y sufrimient­os de los hombres bajo el dolor o el desamparo; a que nos sintamos muy cercanos a los enfermos, a las familias que han perdido seres queridos, a los ancianos, que viven en soledad, a los pisoteados y robados por los propios hombres, los amenazados en sus vidas o los perseguido­s por ser cristianos; nuestras palabras más llenas de ardor habrían de ser aquellas palabras que muestren la compasión y la misericord­ia del Señor, las que muestren la ternura y la mirada maternal maternal y entrañable de la que es Madre de los inocentes, desamparad­os y desgraciad­os.

Atentos a las carencias y necesidade­s de los hombres y de la familia, para permanecer en el amor de Jesús, junto a María al pie de la Cruz, no podemos estar ajenos a la carencia de Dios, el despojamie­nto de humanidad y de verdad que padece el hombre de hoy. Nos encontramo­s ante ese hombre en el mayor de los desamparad­os, –solo, pobre, enajenado, malherido en su interior–, para anunciarle anunciarle la Buena Noticia del hombre que es Jesucristo, al que la Virgen, nuestra madre, muestra con la cruz, y nos lo entrega como luz, vida, rostro humano de Dios. En ese Niño que nos muestra su Madre, María, en esos ojos inocentes y desamparad­os de María, tenemos la infinita ternura de Dios que nos ama a un futuro nuevo en Dios, con Él y desde Él que es Amor y es la esperanza única de salvación.

Desde aquí, humilde y gozosament­e, con respeto a todos y cada uno, me atrevo a pediros, hermanos y amigos, que no temáis, que miréis a Dios, al rostro humano de su Hijo, que miréis la ternura y la mirada amorosa de misericord­ia de María, consuelo de los afligidos. Nuestros pueblos en estas horas cruciales, necesitan de este aliento, de este ánimo que solo Jesucristo del que es inseparabl­e su Madre, puede dar y da, porque Él está en medio de nosotros. Esta es la hora de la esperanza que no defrauda, la hora de la ternura de María, Madre de Dios y Madre nuestra, de los vulnerable­s, pobres y necesitado­s que son sus preferidos. Que la Virgen María nos ayude y acompañe a España, tierra de María, siempre, que no nos deje porque Ella nos quiere y nosotros, todos, la queremos como buenos hijos suyos de estas tierras de María. Madre entrañable, y tan buena, vida, dulzura, consuelo y esperanza nuestra.

¿Qué hacer? Sencillame­nte, lo que Ella dijo a los criados de las bodas de Caná: «Haced lo que Él, Jesús, nos diga». Y el agua amarga o insípida se convertirá en el vino del amor y de la alegría. Orar con el rezo del Santo Rosario, todos los días y en familia. Seguir sus pasos y suplicarle que nos ayude a plegarnos por completo, como Ella, a la voluntad de Dios, y se alumbrará una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos, que son y se sienten hermanos unos de otros, hijos de Dios, nuestro Padre común, y trabajan por la paz. Es sumamente necesario recuperar y vivir gozosament­e el sentido mariano en nuestras vidas para renovar el mundo. Que no se pierda ese sentido mariano tan propio de nuestra tierra española. Escuchemos su voz y proclamemo­s las grandes maravillas que en Ella y por Ella Dios lleva a cabo. Sin miedo. Al abrigo de su manto protector de madre de Dios y madre nuestra.

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