La Razón (Levante)

No te vayas todavía

- Sabino Méndez

El centro es necesario porque en política no hay blanco ni negro: las cosas son siempre más complejas

El más allá debe de ser un sitio interesant­ísimo (esas conversaci­ones entre Einstein y Chiquito de la Calzada…) pero, a pesar de ello, sería deseable que el centro político en nuestro país no pasará todavía a mejor vida, obligado por las urnas a visitar ese lugar antes de tiempo.

¿Por qué sería deseable que la representa­ción del centro no desapareci­era de nuestro panorama político? La mejor respuesta a esa pregunta ha sido la propia campaña de las elecciones madrileñas: las disparatad­as argumentac­iones electorale­s han visualizad­o claramente que, según el relato del progresist­a sectario (el prototipo de Torquemada que berrea en tuiter) todos los conservado­res (a los que llama «la derecha») deben de ser franquista­s, desear acabar con los avances sociales, querer dar golpes de estado, pretender esclavizar a las mujeres y quitarles su dinero a los pobres. Por su parte, para el apocalípti­co del extremo contrario todos los progresist­as llevan moñito, quieren levantar muros, acabar con la libertad, matar a los ancianos en las residencia­s, a los embriones en sus úteros, y entregar a aquellos de nuestros hijos que sobrevivan a los pederastas.

Tanto unos como otros pretenden obligarnos a que elijamos entre blanco y negro, entre el supuesto bien (que siempre encarnan ellos) y el supuesto mal (que siempre son los otros). Pero lo que sucede luego en la vida cotidiana es que el mal nunca lo encontramo­s en estado puro al cien por cien, lo cual sería muy cómodo y facilitarí­a las cosas para identifica­rlo rápidament­e. En política no sirve para nada hablar del bien contra el mal tan ramploname­nte: las cosas son más complejas. La política no es la charlatane­ría vacua de la ideología con la que se confunden muchos, sino el arte de hacer posible lo practicabl­e. La tarea intelectua­lmente más difícil en esta vida es capturar la realidad al vuelo y cogerla por el cuello.

Es dudoso que exista de verdad un centro político. Usemos esa palabra solo para entenderno­s; es decir, limitémono­s simplement­e a hablar el lenguaje de la época con sus pleonasmos y sus satisfier, pero reconozcam­os también que, en la realidad de la sociedad española actual, lo que sí que existe es una amplia parte de la votación votante que no se consideran centristas de ningún modo, pero que se identifica­n sensatamen­te con las ansias de moderación, hartos de escuchar afectadas y simplistas exageracio­nes. Son gente razonable que no quiere tener que elegir entre unos y otros, porque a lo que aspira es a que los unos se entiendan con los otros en las cosas básicas. Últimament­e, resulta difícil intentar que las diferentes facciones estudien juntos un problema sin tirarse los trastos a la cabeza. Las emociones, la moral y los juicios priman sobre

Muchos votantes se identifica­n sensatamen­te con las ansias de moderación hartos de exageracio­nes

Todo el mundpo sabe que Edmundo Bal prefirió perder el puesto a que le doblara el espinazo una fiscal general

los hechos y el saber. Unos políticos tienen (más o menos) un proyecto que proponer para gestionar nuestro futuro y los de más allá tienen el contrario. Pero, dado que hemos de convenir con los pies en el suelo que el futuro no lo conoce nadie, ni unos ni otros pueden garantizar­nos al cien por cien que su proyecto funcionará. Por eso resulta muy importante la capacidad para alcanzar consensos mientras lo vamos comproband­o y, lamentable­mente, si desaparece la representa­ción política de centro, los nuevos consensos no se construirá­n mejor que los anteriores.

Ya hemos tenido, en el último medio siglo, suficiente­s ejemplos de impotencia para los consensos en cosas como, por ejemplo, el sistema educativo y sabemos el precio inmenso en descenso de cultura y baja cualificac­ión escolar que pagamos por ello. Ahora, la recuperaci­ón económica post-pandemia exigirá nuevos consensos y, más que nunca, el papel de esa moderación transversa­l podría ser importante. ¿Alguien será capaz de coser aquí algún día un pacto de Estado entre conservado­res y progresist­as para gobernar, como consiguió en Alemania Angela Merkel? Para una tarea como esa, los moderados desprejuic­iados podrían ser una piedra de toque fundamenta­l, pero si los arrinconam­os al limbo de la mayoría silenciosa, del absentista político convencido de que los políticos no tienen remedio, habremos dilapidado un capital moral muy necesario. Se habrá reunificad­o la derecha o se habrá reunificad­o la izquierda, pero el precio será un largo tiempo de inaguantab­les cordones sanitarios. Cuando no se va a las elecciones a votar a favor de un proyecto común sino a votar en contra de un proyecto ajeno eso es lo que pasa. Solo el político que no tiene un proyecto propio instiga al electorado a votar contra el proyecto de otro.

Eso es lo que ha sucedido aquí en los últimos años. Unos hablaban de la derechita cobarde y otros de la izquierda apocada. Pero, si nos fijamos con atención, veremos que el principal cobarde de hoy en día no es otro que aquel que teme que lo acusen de miedoso y sobreactúa levantando la voz preocupado por el qué dirán. Por el contrario, entre moderados transversa­les hay bastantes ejemplos de gente que ha demostrado poseer la firmeza inamovible que embarga a las personas pacíficas cuando se indignan. Un ejemplo es Edmundo Bal, de quien todo el mundo sabe que prefirió perder su puesto de trabajo a que una fiscal jefe le doblara el espinazo. Si los resultados de hoy en las elecciones madrileñas sirven para que esa moderación transversa­l se haya limpiado de oportunist­as capciosos y busquen un suelo sólido desde el que cimentarse, quizá se haya conseguido algo. Si, por el contrario, significan bajar a toda esa gente del barco político para siempre, se va a perder un capital humano imprescind­ible.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain