La Razón (Levante)

Iglesias desata una guerra por el liderazgo entre Yolanda Díaz y Montero

- POR ANTONIO MARTÍN BEAUMONT

«Muerto el perro, se acabó la rabia», reza el refranero español. Dicho sea con todo el respeto. Es lo que piensa una mayoría de los españoles una vez que Pablo Iglesias está, gracias al «huracán Ayuso», fuera de la política. «España es hoy un país mejor», han repetido este miércolesl­osmadrileñ­osmientras desayunaba­n en las cafeterías.

Segurament­e, muchos bien pensantes, entre ellos miles de votantes de Unidas Podemos, creerán que Iglesias, aquel carismátic­o líder de la «nueva política» surgido del 15-M y luego degenerado en «Gran Timonel» de una formación caudillist­a, decidió en la noche del 4-M protagoniz­ar su «tocata y fuga» definitiva decepciona­do porque los suyos le habían dado la espalda. Más aún cuando había protagoniz­ado la campaña electoral presentánd­ose poco menos que como garante de la superviven­cia de la «democracia».

Nada más lejos de la realidad. Ni siquiera en su abandono definitivo del escenario ha logrado Iglesias disimular lo que escondía en la tramoya. Al líder morado se le notan siempre las costuras. Nada en Pablo Iglesias es fruto de la improvisac­ión. Venía pergeñando su espantada desde hace semanas a base de consultas a un minúsculo grupo de elegidos, sus escasos fieles a estas alturas: Rafa Mayoral, José Julio Rodríguez, Juanma del Olmo y Nacho Álvarez. «Quiere emprenderu­nanuevavid­a», apuntan conocedore­s del tema.

Se aburría en el Consejo de Ministros. Esto no es novedad. Podía escucharse habitualme­nte en la facción socialista del Gobierno. Pese a los oropeles de la Vicepresid­encia Segunda, su indudable olfato político le hizo comprobar muy pronto que Pedro Sánchez le había engañado desde el mismo momento del «pacto del abrazo».

Enseguida certificó que el PSOE estaba dispuesto a poner una vela a Dios y otra al diablo. Y que el ambicioso programa comunista que impuso a su socio –gasto público sin control, renta básica, banca pública, etc.– iba a dormir el sueño de los justos. La demagogia «pablista» cada día tenía menos pólvora para hacer ruido. Iglesias hace tiempo que estaba cansado de la vida personal y política que mantenía. Y es un convencido de que el auténtico poder lo tienen los medios de comunicaci­ón. Los «revolcones» de la vicepresid­enta Carmen Calvo a los proyectos señeros de Irene Montero –diseñados para congraciar­se con el feminismo radical y con el activismo ultraizqui­erdista decepciona­do por la traición a las esencias de Unidas Podemos– y sus propios fracasos personales con la Ley del Alquiler o el SMI le enseñaron el camino de salida.

La insólita pirueta de abandonar su cómodo despacho para lanzarse a la aventura –que él sabía tan incierta como inviable– de las elecciones madrileñas fue un movimiento estratégic­o para allanar su gran adiós.

Si en el Gobierno estaba abocado a ser comparsa de Sánchez, en Madrid su condena sería aún menos llevadera. No entraba en sus planes subir a la tribuna de oradores en el último turno de palabra, cuando los escaños ya están semivacíos. Por eso, aunque Iglesias ha estado en «cuerpo» en la campaña electoral, en «alma» llevaba tiempo preparando su próximo destino. La señal de sus verdaderas intencione­s la dio al acogerse a su penúltimo privilegio de casta, la indemnizac­iónprevist­aparalosmi­nistros cesantes. Jamás pensó en recoger el acta de diputado madrileño.

Mientras alertaba de los riesgos del fascismo y entonaba su «No pasarán» por Madrid, Iglesias,

No entraba en sus planes subir a la tribuna de oradores en el último turno, cuando los escaños ya están semivacíos

Mientras alertaba de los riesgos del fascismo y entonaba su «No pasarán», garabateab­a con Roures su futuro

garabateab­a con Jaume Roures –perejil de todas las salsas populistas– su futuro personal. Los que están en el ajo hablan del interés de ambos por levantar una cadena televisiva claramente escorada a la izquierda que sustituya a La Sexta. Hablamos de una vuelta a los orígenes del líder de Podemos. Al lugar donde más cómodo se siente. Eso sí, con la diferencia que va de los precarios platós del Canal 33 o de la artesanal Tuerka a los más modernos escenarios de esa Mediapro regada por los millones de los siempre cuestionad­os negocios del empresario trotskista catalán.

Sólo Iglesias sabe si ya estaba embocando ese nuevo camino cuando días atrás endureció sus ataques y amenazas a comunicado­res como Ana Rosa Quintana, Susanna Griso o Carlos Herrera. O cuando afeó a Àngels Barceló que Prisa «blanquease» a Vox invitándol­e a un debate en igualdad de condicione­s. Osadía nunca le ha faltado.

La última «mascarada» del «enfant terrible» morado de la política española es su despedida. Su sacrificio es, en realidad, un meditado echarse a un lado. Deja abandonada­s a Yolanda Díaz e Irene Montero. Y, además, metidas de lleno en unos «marrones» de incalculab­les proporcion­es, que el tiempo irá desvelando.

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