Mal perder
Menos mal que votaron a Ayuso 1.620.213 madrileños porque ya empezaba a sentirme un bicho raro al que había que exterminar por ser fascista –¡yo fascista, egoísta, clasista!–. Si es que llegué a plantarme cómo podía alegrarme de la creación de empleo, del asentamiento de empresas y del crecimiento del PIB y cómo podía enfadarme por la subida de impuestos y no dar prioridad en mi vida al lenguaje inclusivo –yo que tiendo a expresarme de manera rápida, con el uso constante del as/os/es, ya me veía cogiendo carerrerilla, al ritmo Fraga, y a ver cómo conseguía hablar y respirar a la vez, sin morir en el intento–.
En esta escalada de desprecio al votante, Tezanos, que ha cogido la costumbre de hacer encuestas diarias para ver si los deseos imposibles se convierten en pronósticos reales, me acusa de ser tabernaria. Y algo de razón tiene, ¿quién no disfruta de una cerveza fría o una copa de vino con una buena tapa de bravas o de calamares? ¡Pero no! Tezanos no se refiere a esa costumbre tan saludable y social, me ha querido acusar de simple y ¿borracha? Menos mal que votaron a Ayuso 1.620.213 madrileños porque ya me veía de casa al trabajo y del trabajo a casa.
Es tan importante saber perder como saber ganar y la noche electoral del 4-M nos dio algunas claves de la clase política que tenemos. Decía Chaplin que hay que perder con clase y vencer con osadía. Tener clase no es equivalente a la posición social ni a ser elitista, es tener belleza moral y el PSOE de Sánchez demostró ausencia de clase y belleza moral para afrontar el peor resultado de su historia en Madrid. Dejaron solo a Gabilondo y siguieron hablando de ultraderecha y fascismo. Menos mal que votaron Ayuso 1.620.213 madrileños.