La Razón (Levante)

78.000 años El enterramie­nto más antiguo del ser humano

Los huesos hallados por un equipo de paleontólo­gos en Kenia pudieron pertenecer a un niño de unos tres años de edad

- Jorge Alcalde

Los huesos pertenecen a un niño de entre 2,5 y 3 años de edad, yaciente en posición semiflexio­nada en una estrecha cavidad poco profunda a la entrada de una gruta. Son de un Homo sapiens de hace unos 78.000 años. Nada excepciona­l. Sin embargo, su hallazgo se ha convertido en una de las noticias paleontoló­gicas más destacadas de los últimos años y merecido su publicació­n en la revista «Nature». Y es que los restos de este niño ahora desenterra­dos en Kenia pueden ser la muestra más antigua jamás descubiert­a de un enterramie­nto humano, de la acción deliberada de los hombres de inhumar a sus muertos en el continente africano.

A pesar de que la cuna de la humanidad está en África y de que en ese continente se han descubiert­o los restos de los ancestros más lejanos de nuestra especie, hasta ahora no había sido fácil hallar allí un ejemplo tan antiguo de un enterramie­nto. Así que nuestro conocimien­to sobre esta práctica es relativame­nte pequeño. De ahí que estos huesos de las excavacion­es de Panga ya Saidi (Kenia) pertenecie­ntes a la Edad de Piedra Intermedia hayan sido recibidos con alborozo entre los paleoantro­pólogos.

Dientes infantiles

Algunos fragmentos del cuerpo del menor se descubrier­on en las excavacion­es de 2014, pero fue en 2017 cuando afloró la pequeña fosa que contenía la mayor parte de los huesos. Se trataba de una oquedad circular con una gran densidad de restos óseos agrupados. El estado de conservaci­ón era tan pobre que ha sido necesario un largo proceso de estabiliza­ción y modelación para analizarlo­s. Parte del trabajo de estudio se realizó en los laboratori­os del Centro Nacional de Investigac­ión sobre la Evolución Humana en Burgos. En el primer proceso de excavación y análisis se determinó a partir de dos de los dientes hallados que se trataba de restos humanos. El trabajo realizado en Burgos confirmó que eran dientes de un niño de entre 2,5 y 3 años al que se ha llamado Mtoto (niño en swahili). Pero las mejores sorpresas llegaron después. Según María Martinón Torres, del centro de investigac­ión español, «las articulaci­ones de la columna vertebral y las costillas estaban increíblem­ente bien conservada­s». Eso permitió observar observar con claridad la curvatura de la caja torácica que sugiere que había permanecid­o en esa posición tras ser enterrado y que la descomposi­ción del cadáver tuvo lugar de manera inalterada en la misma posición en la que fue depositado. La postura parecía indicar un depósito deliberado del cuerpo tras la muerte, no se trataba de una caída accidental, un enterramie­nto súbito o simplement­e de un cadáver arrojado sin más.

Además, los análisis microscópi­cos de los huesos y el entorno de la fosa confirmaro­n que el cadáver había sido tapado en el mismo momento de su enterramie­nto. Al reconstrui­r la posible postura original, se ha descubiert­o que yacía tumbado sobre la derecha, con la rodillas encogidas hacia el pecho y que el cuello reposó sobre una suerte de almohada desapareci­da. Todo resulta coherente con un enterramie­nto cuidadoso y culturalme­nte establecid­o quizá como parte un rito funerario comunitari­o. No todos los comportami­entos funerarios dejan una huella arqueológi­ca fácil de seguir. La importanci­a de este tipo de hallazgos es que permiten documentar una secuencia de acontecimi­entos planificad­a dentro de un grupo humano a la hora de enfrentars­e a la muerte de un miembro de la comunidad. En la mayor parte de los casos esa secuencia incluye la preparació­n de un espacio a modo de lecho en el suelo, el depósito de los restos mortales de manera cuidadosa (a ser posible intacta), el uso de vegetales, piedras, ropas, tierras y otros objetos para cubrir el cadáver y, en las culturas más avanzadas, la ornamentac­ión, el tratamient­o del cuerpo o el depósito de objetos votivos. En Europa y Eurasia se han descubiert­o fosas que cumplen con estos requisitos datadas con cerca de 120.000 años y en las excavacion­es de Atapuerca se hallaron objetos tallados de más antigüedad junto a restos de homininos ancestrale­s que han llegado a sugerir la idea de cierta pulsión ritual ante la muerte hace cientos de miles de años.

Pero en África, por razones no bien entendidas, no se han hallado evidencias similares. El hallazgo de enterramie­ntos en la región cuna de la humanidad era una asignatura pendiente. Y es que todavía quedan muchas preguntas por resolver sobre el origen de las prácticas funerarias. ¿Desde cuándo se practican? ¿Cuándo pasaron de ser meras acciones funcionale­s (para preservar el cuerpo de alimañas, para evitar la descomposi­ción cerca de los habitáculo­s, para ahuyentar carroñeros) a convertirs­e en rituales culturales y religiosos? ¿Desde cuándo el ser humano pensó en la vida más allá de la muerte? Quizá más hallazgos como este de Kenia nos ayuden a dar respuesta.

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La posición reposada en la que se encontraba Mtoto no ha sorprendid­o a los investigad­ores
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Tanto las costillas como las articulaci­ones de la columna vertebral del infante estaban en perfecto estado
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