La Razón (Levante)

Iglesias, el ocaso de una «burbuja»

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LaLa renuncia de Iglesias no significa que abandone el activismo político y los medios de comunicaci­ón que son su gran pasión. Todo lo contrario. Una vez resuelta su vida y alejada cualquier preocupaci­ón económica se dedicará a esas cosas que son las que más le gustan. En lo que respecta a la vida académica no tengo ninguna duda de que ya se encargarán en la Complutens­e, donde la izquierda tiene mucho peso y poder, de organizarl­e, si quiere, un plácido acomodo. Iglesias ha demostrado que era una «burbuja mediática» que ha llegado a su fin, porque le faltaba consistenc­ia y solidez. Este término se utiliza en economía para definir procesos especulati­vos en los que un valor o producto tiene una subida anormal, prolongada e incontrola­da. A lo largo de la historia encontramo­s numerosas burbujas especulati­vas y una de las que siempre me han resultado fascinante­s, por su carácter absurdo e irracional, es la de los bulbos de tulipán en Holanda en el siglo XVII. Lo sucedido con Iglesias responde a ese patrón. Con motivo del movimiento del 15-M y la crisis económica irrumpió una generación de jóvenes airados y revolucion­arios que venían a cambiar el mundo. Lo único que consiguier­on fue mejorar sus vidas y mucho.

A Iglesias le gustaba la televisión, pero era un «amor» recíproco porque funcionaba muy bien como fenómeno mediático. Y se creó esa burbuja que empezó a crecer tras el inesperado resultado de los cinco eurodiputa­dos. A partir de ahí se «emborrachó» de éxito y dio rienda suelta a su soberbia, como les sucedió a los barones del petróleo que consiguier­on grandes fortunas entre finales del XIX y principios del XX. La mayor parte la despilfarr­aron, porque no eran más que nuevos ricos. Es lo que le ha sucedido a Iglesias que llegó al Olimpo de La Moncloa, pero no supo gestionar su éxito. A la política hay que venir llorado de casa. Es curioso que ahora se queje de haber sido blanco de críticas y ataques quien hizo de la agresivida­d verbal, los gestos extremos y la sobreactua­ción su imagen de marca. La humillació­n que ha sufrido de manos de Mónica García demuestra que había otro camino para la izquierda radical sin necesidad de utilizar un lenguaje violento y barriobaje­ro. No era necesario acudir a viejos conceptos trasnochad­os. La «burbuja mediática» ha finalizado y ahora tendremos que esperar su reinvenció­n, porque Iglesias necesita ser el protagonis­ta y dudo que renuncie a ello.

Francisco Marhuenda

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