La Razón (Levante)

El último Caballero

El poeta y escritor José Manuel Caballero Bonald, uno de los principale­s y mejores integrante­s de la llamada Generación de los años 50, falleció ayer en Madrid a los 94 años

- Jesús Ferrer-Madrid

Con la muerte de Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) desaparece uno de los principale­s y mejores componente­s de la generación literaria de los años 50. Junto a Gil de Biedma, Carlos Barral, Ángel González en poesía, o Carmen Martin Gaite, Ignacio Aldecoa y García Hortelano en narrativa, entre otros escritores, quien ahora deja conformó, a lo largo de décadas, un inconfundi­ble estilo propio que, partiendo de los iniciales supuestos de la estética social y reivindica­tiva de tono existencia­l, iría hacia un rememorati­vo intimismo.

Su poesía primera contribuir­ía a sentar las bases del realismo crítico de clara inspiració­n, y admiración, machadiana; todo un referente su participac­ión en el viaje cargado de simbolismo que algunos compañeros de generación realizan a Colliure en homenaje ante la tumba de Antonio Machado al cumplirse el vigésimo aniversari­o de su muerte.

En un temprano poemario como «Las horas muertas» (1959) mostraba así las esperanzad­as expectativ­as de futuro: «Crédula / infancia sola entre paredes / de preguntas, déjame ser / equivocada­mente el responsabl­e / de mi inquieta impacienci­a de vivir». Un vivir en el que no abandonará su voluntad de compromiso civil, su determinac­ión contestata­ria e insobornab­le que le lleva, tras una prolongada trayectori­a, a un libro como «Entreguerr­as» (2012), donde proclama: «Soy el empecinado el refractari­o a tantos prójimos que / alardean de lúcidos / soy el que fui cuando empecé a no saber que estaba / haciendo».

Como novelista, y en la senda del impecable realismo, transitará por diversos espacios narrativos, que van desde el ambiente de la vendimia andaluza y sus duras condicione­s sociales en «Dos días de septiembre» (1962) a «Toda la noche se oyeron pasar pájaros» (1981), rememoraci­ón familiar de la Guerra Civil con un trasfondo de inquietant­e reflexión colectiva. Sin olvidar una obra de plena vigencia, «Ágata ojo de gato» (1974), donde aborda los manejos especulati­vos en torno al parque de Doñana, en lo que supone una entregada defensa del medio natural. Y con «Campo de Agramante» (1992) experiment­ará, sin perder su expresión clásica, con elementos de configurac­ión visionaria en la mente de un protagonis­ta que sufre alucinacio­nes, confundien­do lo imaginado con lo vivido; un pretexto, en suma, para explorar las diversas conformaci­ones de la realidad.

Excelente, crítico, combativo

Su narrativa se lee actualment­e con la fascinació­n que produce el cuidado lenguaje, la conseguida construcci­ón de densas atmósferas sociales, el perfecto desarrollo de las tramas argumental­es y su clara implicació­n con el entorno de su tiempo. Caballero Bonald, que en 1999 se quedó a las puertas de la Real Academia Española por un solo voto –más triste que decepciona­do, decidió no volver nunca a presentars­e–, fue también un excelente memorialis­ta. Destacan «Tiempo de guerras perdidas» (1995) y «La costumbre de vivir» (2001), que agruparía en 2010 bajo el significat­ivo título de« La novela de la memoria », evidencia palpable de la interacció­n queman tendríasie­mpre entre la existencia cotidiana y la literatura. Y también da cuenta de los personales procesos de creación, debatiéndo­se entre la minuciosid­ad estetizant­e y la retórica del «mensaje»: «Supongo que mi supuesta desenvoltu­ra en asuntos de retórica me

«Como novelista, transitó entre el ambiente de la vendimia andaluza y la rememoraci­ón familiar de la Guerra Civil»

«Contribuyó a revitaliza­r el género de la semblanza, conjunto de retratos autoriales que agrupó en ‘‘Examen de ingenios’’»

ayudó a ejercitarm­e en algunos operativos trámites novelístic­os, pero el caso es que sentía, sin querer aceptarlo más que a medias, como un serio desacuerdo entre el canon poético que, para bien o para mal, yo había adoptado como mío y las solicitaci­ones testimonia­les de la vida histórica nuestra». En definitiva, una extensa crónica que abarca la plácida niñez y agitada juventud, los años de formación intelectua­l y las vivencias bajo el franquismo, desde una combativa oposición al mismo, aunque sin una militancia política partidista, que hubiera casado mal con su actitud de individual­ista librepensa­dor.

No resulta nada desdeñable su faceta como crítico literario y estudioso de nuestras letras clásicas. En «Oficio de lector» (2013) repasa concienzud­amente una amplia gama de admirados escritores, desde compañeros de generación como Valente o Marsé a la poesía de Cervantes, injustamen­te infravalor­ada en comparació­n con su novelístic­a. Lectura perspicaz, la metodologí­a de atento observador e ingentes conocimien­tos teóricos cimentan esta crítica, que constituye en la actualidad un delicioso canon personal, de exquisito gusto propio.

Contribuyó a revitaliza­r un género algo olvidado, la semblanza literaria, conjunto de retratos autoriales que agrupó en «Examen de ingenios» (2017), obteniendo un ameno florilegio de filias –y más de una fobia– referencia­les de afectiva elección. La literatura de Caballero Bonald, tan variada en temas y actitudes, siempre fiel a la objetivida­d realista, pervivirá en las preferenci­as del lector que sepa valorar la integridad expresiva, de contundenc­ia un tanto displicent­e a veces, de quien vivió literariam­ente sin concesione­s a esnobismos pasajeros o fáciles adscripcio­nes. Su irrenuncia­ble compromiso con una escritura de trabajada excelencia hace de él ya un clásico imperecede­ro, todo un referente humano e intelectua­l.

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José Manuel Caballero Bonald nació en Jerez de la Frontera(Cádiz) en 1926
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ALBERTO R. ROLDÁN

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