La Razón (Levante)

Una ley de odio para un nuevo régimen

- Jesús Palacios

«España está inmersa en un proceso constituye­nte larvado» «El apoyo a la identifica­ción de las víctimas no enmascara el odio con la exhumación»

LaLa Ley de Memoria Democrátic­a aprobada por el Gobierno es la ley del odio y de la revancha. Lejos de buscar la dignificac­ión de las víctimas, de su reconocimi­ento y reparación –exclusivam­ente del Frente Popular o radical izquierdis­ta–, profundiza­rá en la división de los españoles que arrastrará a la sociedad a nuevas disputas y confrontac­iones civiles. No es una ley para la paz y la concordia, estamos ante una ley para la guerra civil. Todo el contenido de la ley; desde su exposición de motivos a los cinco títulos y disposicio­nes adicionale­s, está infectada de palabrería hueca, de un maquillaje en propaganda del discurso de la corrección política, dispuesto a romper la convivenci­a del sistema democrátic­o, ya de por sí muy debilitado.

Este proyecto de ley va mucho más lejos de la mal llamada Ley de Memoria Histórica de diciembre de 2007 del presidente Zapatero, y de todos los proyectos anteriores del Partido Socialista. Pero, en suma, todos han buscado y buscan un mismo objetivo: la negación, mutilación y falsificac­ión de la historia.

Las izquierdas en general, y como abanderado el PSOE, siempre han aborrecido la historia y la cultura tradiciona­l, y han tenido la ambición de dominar la discusión histórica para convertirl­a en un arma política absolutame­nte sectaria, que les permita controlar los jirones del Estado de Derecho que todavía quedan en pie en España. Es la máxima aplicación del dictum de Orwel: quien controla el pasado controla el presente, quien controla el presente controla el futuro. España está inmersa en un proceso constituye­nte larvado, y lo que los socialista­s y sus apoyos comunistas y separatist­as desean es hacer desde el poder una revolución silente para implantar un nuevo Estado, un nuevo régimen. Ese y no otro es el objetivo que subyace en este proyecto.

Si la ley habla de rendir tributo y homenaje a las víctimas que sufrieron violencia y represión, no se refiere en absoluto a las víctimas por la sublevació­n de Jaca de diciembre de 1930, ni a las del proceso revolucion­ario golpista de octubre de 1934, ni a las de la primavera violenta de 1936, y ni mucho menos a los más de 55.000 torturados y asesinado por las izquierdas durante la Guerra Civil, sino única y exclusivam­ente a las víctimas del bando nacional y de los primeros años de la represión franquista, con lo que el anteproyec­to de ley engendra en sí mismo violencia por su intrínseco afán de rencor y venganza. Algo muy lejos de lo que estuvo en el propósito de las izquierdas en el inicio de la Transición con su petición y defensa de las dos leyes de amnistía como búsqueda de la concordia y de la paz entre los españoles, para nunca jamás una nueva guerra civil y llevar al debate político las causas y consecuenc­ias de aquella confrontac­ión y del régimen franquista.

El apoyo a la identifica­ción y enterramie­nto enterramie­nto de las víctimas de la Guerra Civil no enmascara su precedente de odio con la exhumación y enterramie­nto de los restos de Franco en octubre de 2019, quizá no por última vez, y la amenaza que se cierne sobre el Valle de los Caídos, que eufemístic­amente llama «resignific­ación», para transforma­rlo en un espacio civil, expulsando a la Comunidad Benedictin­a, disolviend­o la Fundación del Valle de los Caídos y muy probableme­nte la demolición de la gran cruz que lo preside. El capítulo de represione­s insta a la ilegalizac­ión de la Fundación Francisco Franco bajo el anatema de un «odio» jamás expresado, mientras ensalza a los revolucion­arios violentos de 1934-1939, que tantos crímenes, ejecucione­s y robos cometieron. La propuesta habla de restitució­n de bienes, que en modo alguno irá orientada a los que sufrieron el espolio de sus bienes privados embarcados en el yate El Vita para el disfrute de algunos líderes socialista­s en el exilio.

El sistema de castigos y multas de hasta 150.000€, contempla el cierre de medios de comunicaci­ón durante varios años para quien o quienes violen estas normas y la confiscaci­ón de bienes, con la intención de criminaliz­ar las interpreta­ciones o discusione­s históricas disidentes que se atrevan a discrepar de esta línea esencialme­nte estalinist­a que quiere implantar el Gobierno de Pedro Sánchez.

El hecho de que la aplicación estricta de estas normativas constituya­n flagrantes violacione­s de la Constituci­ón –desaparece la libertad de expresión, pensamient­o y cátedra–, es irrelevant­e al gobierno actual, para quien la «memoria histórica» no tiene nada que ver con el constituci­onalismo democrátic­o. La creación de una «Fiscalía de Memoria Democrátic­a» (la Comisión de la Verdad en el proyecto anterior) es de etimología soviética y de corte totalitari­o, por la implantaci­ón de una checa de pensamient­o único, y ningún parlamento democrátic­o debería sancionar tal aberración. La verdad no puede venir impuesta por ninguna ley que establezca una sola verdad. La aprobación de este anteproyec­to de ley por el Parlamento supondría un ataque directo a los fundamento­s de la Constituci­ón y los valores superiores que su ordenamien­to jurídico consagra. Legislar sobre la historia o contra ella es ir contra el Estado de Derecho y la libertad. Historiado­r*

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PLATÓN

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