Los «indepen» ganan
En tan solo quince años, Ciudadanos ha pasado de ser el centro de atención de la política española a inspirar la más absoluta de las indiferencias. La convención que celebró este fin de semana, una réplica de las que celebran los grandes partidos, se ha saldado con un nuevo viraje ideológico de los naranjas. Es perfectamente entendible la dificultad que debe tener un militante de Cs para definirse. Han pasado por el centro izquierda, el liberal-progresismo, pactos con Sánchez en febrero de 2016 para arrebatar al PP el gobierno y, a continuación, con Vox en el tripartito de Colón.
Pero no quedó todo ahí. Ante los augurios de debacle y el ansia de poder, coquetearon con formar parte del gobierno entre socialistas y podemistas, apoyar los presupuestos y activaron la fallida moción de censura en Murcia y las tensiones en el gobierno de Ayuso. No solamente es un partido impredecible y errático, sino que es poco inteligente a tenor de los resultados cosechados. A pesar de que la convención ha sido una declaración de voluntad resistiéndose a la desaparición, Cs ha llegado a su fin. De aquí en adelante seguirá perdiendo votos en cada proceso electoral a que se presente y llegará un momento en que tengan dificultades para explicar como, cada vez con menos recursos, siguen sosteniendo los importantes gastos de funcionamiento, sede incluida y la fuga de cargos al PP, e incluso al PSOE se tornará imparable.
Podemos ha acaparado un sector de voto más amplio que la difunta IU, arañando al PSOE, bien directamente, bien a través de escisiones regionales como Más Madrid, pero su futuro a medio plazo es el mismo que el de Cs, que no ha conseguido el objetivo de consolidar un espacio de centro político, quizá porque ese lugar ideológico no existe y, a menudo se confunde con moderación en las formas o solvencia en la gestión.
Tanto PSOE como PP han sumado en diferentes momentos ese perfil de votante que, en apariencia tiene menos carga ideológica pero que, en realidad, es menos fundamentalista y busca otros atributos en los políticos y en los partidos.
Es inútil la resistencia de Arrimadas, que no ha hecho sino precipitar la caída que se inició con Rivera. La fragmentación de voto solo ha provocado inestabilidad y extraños pactos que han perjudicado al país en momentos muy difíciles, el bipartidismo, con todas sus imperfecciones, ha mostrado durante muchos años sus ventajas en términos de estabilidad.
Arrimadas debería plantearse si su empecinamiento por mantener las siglas responde de verdad a una ideología, cambiante según el momento, o a ambiciones personales y de su entorno más directo.
Estratégicamente, puede ser interesante para algunos mantener vivas las expectativas de los naranjas. Con el bueno de Tezanos al frente del CIS veremos estimaciones de voto naranja tan elevadas como falsas. Eso sí, mientras en España el voto no se aglutine de nuevo en los dos grandes partidos, los independentistas saldrán ganando.