EN EL BUEN SENTIDO DE LA PALABRA, BUENO
José Antonio Torroja (1933-2021)
Ramiro Aurín
Se me ha muerto José Antonio Torroja, a quien tanto afecto debía. José Antonio se «nos» ha muerto, porque para no quererlo hacía falta entrenamiento o incapacidad. Por encima de su ingente trabajo como pontífice, como catedrático y director de la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid, de su presidencia del Colegio de Ingenieros de Caminos de España, y de su decisiva contribución como director fundacional de la Escuela de Barcelona -donde le conocí-, por encima de, y compatible con todo ello, José Antonio era un hombre bueno.
Era humilde y liberal en un país donde el liberalismo y la humildad no se reconocen como virtudes patrias. Recuerdo que, siendo yo todavía estudiante en la Escuela y al hilo del rápido éxito de su hija Ana como cantante de Mecano, José Antonio decía, muerto de la risa, que había pasado de ser el hijo de su padre (el gran Eduardo Torroja) a ser el padre de su hija, sin solución de continuidad. Ambos extremos familiares eran para él una bendición.
La escuela de Barcelona, promovida por un patronato de ingenieros de caminos y empresas catalanas, se organizó alrededor de un aluvión de jóvenes y brillantes profesores venidos desde toda España. Torroja tuvo la virtud de catalizar todo aquel talento y de imprimir su carácter insobornablemente liberal a la Escuela, no en los discursos sino en la práctica de las relaciones que establecía con alumnos, profesores o con el personal no docente, todo en el decorado de un convento de monjas y vigilado de cerca por Jaume, un bedel a medio camino entre Las Vegas y el MI6. Alrededor de José Antonio todo parecía normal, como cualquier barbaridad parece cotidiana en una película de Almodóvar. Desde su calma proverbial lo inesperado y sorprendente parecían excitarlo. Ni la extravagancia ni lo singular se sentían extrañas en su presencia, menos aún la inteligencia y la sensibilidad.
Integró como pocos el amor a Barcelona, Cataluña y España. Y tan bien los integró que no dejó lugar al integrismo.
Si en la eternidad existe la justicia, te toca una buena juerga en el cielo.