La Razón (Levante)

Relaxing cup of sake in Shibuya

- Lucas Haurie

Pocos se acuerdan ya, pero estos inminentes Juegos Olímpicos comenzaron en septiembre de 2013, en aquella 125ª sesión del Comité Olímpico que eligió a Tokio como sede en detrimento de las candidatur­as de Estambul y Madrid. Aquel descarte a las primeras de cambio de la capital del Reino fue un bofetón de cruda realidad que en España encajamos con resignació­n: frente a la colección de CEO’s de empresas punteras (Yamaha, Mitsubishi, Sony y en ese plan...) que prometían pagar la «convidá» en Japón, aquí se ofrecía una «relaxing cup of café con leche at Plaza Mayor». La delegación madrileña, se conoce, buscaba la empatía con Cristina Kirchner, la anfitriona, y no con los miembros de la asamblea que debían elegir la ciudad-sede de los Juegos Olímpicos.

Nada más natural, o sea, que confiarle la organizaci­ón de tamaño evento global a los minuciosos asiáticos, cuyas multinacio­nales garantizab­an la viabilidad financiera del asunto en un mundo que aún jadeaba por la crisis de 2008. La derrota, en un país tendente a disparar las expectativ­as sin demasiadas razones, acrecentó los seculares complejos de los españoles. «Cutre» fue la palabra más suave que nos infligimos y no faltó quien respiró con ali

vio, e incluso quien rió a mandíbula batiente, por el nuevo fracaso olímpico de Madrid.

Pero será verdad, al final, eso que dicen los italianos de que todo el mundo es un solo pueblo, porque estas vísperas de Juegos Olímpicos están destrozand­o el tópico del extremo rigor organitzat­ivo de los orientales, que vetan los espectador­es en todas las competicio­nes, aunque no en los amistosos de preparació­n que sus seleccione­s disputan antes de la inauguraci­ón: la de fútbol contra España, sin ir más lejos, o la de baloncesto frente a Francia. Será que allí también padecen a un Fernando Simón contradici­endo por la tarde las medidas que toma por la mañana o que se ordenan restriccio­nes meramente cosméticas, acaso como carnaza para que los tertuliano­s peroren.

Es posible que el inglés del alcalde de Tokio no sonase aquel día de final del invierno austral en Buenos Aires como el de Ana Botella y es seguro que si alguien ha mangoneado con una contrata de alguna infraestru­ctura olímpica, la autoridad competente lo ha laminado. España tiene sus taras, sí, y dos de ellas son el (escaso) nivel intelectua­l de nuestros políticos y la (inmensa) manga ancha con las migajas o no tan migajas extraviada­s de dinero público. Pero en apaños cutres, improvisac­iones, chapuzas, manos de pintura a última hora, plazos incumplido­s, decisiones raras y cosas de bomberos en general... ahí no tenemos ni mucho menos asegurada la medalla de oro. Que por favor lo tengan en cuenta los honorables (ja) miembros del COI cuando contendamo­s por otros Juegos Olímpicos.

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