Y yo, ¿cuándo duermo?
hora viendo la final de un torneo de dardos de esos que ponen en Eurosport. O que se levantan a las cinco de la madrugada para ver un partido de rugby 7 que el resto de vecinos del edificio nunca sabrán que existe. Si conoce las reglas hasta del snooker y no ve petanca sólo porque no puede sintonizar la televisión francesa, está de enhorabuena. La duda es cuándo va a dormir, por aquello del cambio horario. Por eso alguno ya hace tiempo que se pidió de vacaciones la última semana de julio y la primera de agosto. El plan es sentarse delante de la tele y no perderse nada. Desde las series de 1.500 femeninas a los partidos de balonmano masculino pasando por la natación y los saltos de trampolín. Y esa es la magia de este evento, que el tiro tiene la misma atención mediática, o más, que el fútbol, y en las conversaciones de barra de bar se puede llegar a hablar de lo mal que se portaron los jueces con tal o cual gimnasta. Son las semanas grandes de los que
llevamos «todos los deportes para adelante», y más grande todavía para los que no pueden justificarlo con la frase de «es que lo tengo que ver, es mi trabajo». Comienza el parque de atracciones de los que miran furtivamente «mismarcadores. com» cuando el jefe se despista. Por fin toca contar las medallas de esos héroes que llevan cinco años viviendo y entrenando sólo para eso. Esto es lo especial de los Juegos, y aunque sean a puerta cerrada, ahí estaremos, delante de la tele y sin dormir para verlo todo.