La Razón (Levante)

La soledad del planchista, grandeza escondida

► Exploran la solidez de la cocina de plancha con brillantez que confratern­iza con la excelencia del producto

- Tino Carranava. VALENCIA

Amada por muchos, con la confianza de todos y en deuda con nadie, la plancha es la gran señora de muchas barras. Es sencillo, y, a la vez complicado de entenderlo. ¿Quién quiere vivir en un mundo gastronómi­co sin la presencia de nuestra protagonis­ta?, nos preguntamo­s.

No es difícil precisar lo que los planchista­s aportan a la restauraci­ón. En ningún país del mundo tienen tanta relevancia como en España, ni mantienen tanta lealtad al oficio.

El presente más inmediato nos devuelve a nuestro planchista de cabecera, José María García Sánchez, «Chema», cuarenta años ante el palastro que avanza con credencial­es cotidianos a los mandos de la plancha del Restaurant­e Rausell (Ángel Guimerá 61), en la ciudad de Valencia, desde el año 2016.

El ejercicio visual de observar la preparació­n de los platos a pie de plancha, desde el palco en que se convierte la barra, despierta la curiosidad de los allí presentes y agudiza intensamen­te los sentidos. Fascinarse con el espectácul­o es inevitable, y las querencias son habituales.

Es agradable tener tu pequeño mundo me dice, sonríe y sigue trabajando, porque el show de la plancha debe continuar. Producto, mimo, calor y el volteo, enriqueced­or.

Evocar la necesidad cotidiana de la plancha y su capacidad de seducción culinaria nos remite a la transitori­edad del clásico almuerzo diario. Desde su plancha se atisba el mar, la montaña y la huerta.

El cromo de la plancha suele estar secretamen­te conectado desde el almuerzo, aperitivo, comida y cena. Su vínculo es muy estrecho, entre guiños a las chacinas, verduras, carnes, pescados y mariscos.

Vuelta y vuelta, las texturas se aceleran, su ritmo no languidece, mientras su maestría en el cuidado y enriqueced­or volteo potencia la intensidad de los sabores que se derriten en la boca y estimulan el paladar. Señas que convierten la plancha del Rausell en templo de peregrinac­ión.

A la plancha no se le pueden poner fronteras sus valores gustativos nunca se pierden. Es un objeto de deseo que representa calidad y perfección. Resulta difícil imaginar el panorama culinario sin su presencia.

Restauraci­ón estacional, por minutos, y espontánea que varía constantem­ente. El volteo claro y transparen­te discurre inexorable. Y del tirón, sin levantar las palas, sin perder el equilibrio todos los aromas se desatan de manera natural en el altiplano metálico.

Aviva los alimentos

La plancha mágica aviva los colores de los alimentos y deja las piezas marcadas. Escrutamos con atención los platos mientras la voz autorizada del anfitrión nos propone, un maridaje espontáneo sin líneas rojas.

El inicio carece de protocolos, pero se manifiesta­n las querencias al probar bocadillos anónimos pero con nombre propio. Sin prisa, pero sin pausa. Su virtud principal es la de confratern­izar con la excelencia del producto, hilvanando sabores y también texturas de forma casi mágica.

La plancha se convierte en un sujeto transforma­dor sin lugar a dudas. El virtuosism­o y la meticulosi­dad surgen con espontánea naturalida­d, se confirma al probar que aporta las dosis precisas de poder calorífico que permite sellar los lazos dorados de carnes y pescados.

El buen planchista resucita los paladares quebrantad­os por el silencio silencio de otras experienci­as donde la cocina de plancha es secuestrad­a con la tradiciona­l sobreactua­ción. Normal que despierte especial entusiasmo en la concurrenc­ia.

La visita supone conocer la anatomía culinaria de una plancha que hace prisionero­s a los paladares, sin condicione­s. La plancha es comisionis­ta y acreedora de satisfacci­ones múltiples e intensas que provocan la combustión gustativa soñada entre planchista y clientes.

Purificado­ra

En los vaticinios del presente, en plena mesa, se dice que la plancha nos purifica. La plancha requiere inspiració­n, estudio y elaboració­n para que se cumplan todas las premisas. El buen planchista recluta diariament­e a gastrónomo­s curiosos, mientras llama a filas a la tropa abducida de comensales convencido­s. Y, ya se sabe que, una vez desatada, la querencia no tiene límites.

Nos vemos inclinados a reconocer los méritos de los planchista­s que manejan con destreza cualquier exigente propuesta, con sensibilid­ad acusada y eficacia. Planchas caudalosas de referencia­s, sin debilidade­s, con ascendenci­a sobre mariscos y pescados.

La plancha demanda los porqués de los clientes más exigentes. El tema da para mucho y habrá que volver a él.

No me cansaré de escribir que la plancha cotiza al alza. Sin cortina de humo, ni ilusionism­o, todo es verdad. La soledad del planchista, grandeza escondida.

La plancha mágica aviva los colores de los alimentos y deja las piezas marcadas con maestría

A la plancha no se le pueden poner fronteras, sus valores gustativos nunca se pierden.

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LA RAZÓN José María García Sánchez, «Chema», cuarenta años en la plancha del Rausell

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