La Razón (Levante)

Querido bruxismo

- Sergi SÁNCHEZ

En la preciosa «El bello verano», Cesare Pavese evocaba el tiempo estival como un periodo de descubrimi­ento feliz, el sol y la fiesta derramándo­se sobre la adolescenc­ia, que ha olvidado que la ciudad llegará, y con ella el invierno y la melancolía de los adultos. En «Los pequeños amores» suena «El bello verano» del grupo Family, y, en cierto modo, Teresa (excelente María Vázquez), que está atravesand­o una suerte de crisis de los cuarenta, con una relación a distancia y el deseo remoto de tener un hijo, se descubrirá a sí misma en ese tiempo luminoso y suspendido en el que tendrá que cuidar a su madre (magnífica (magnífica Adriana Ozores) después de un accidente doméstico. Si «Viaje al cuarto de una madre», la ópera prima de Celia Rico, era el plano, «Los pequeños amores» es el contraplan­o: si allí se ponía el acento en la madre que se despide, aquí se enfoca en la hija que se reconcilia. Dos películas estacional­es, una de interiores y otra de exteriores, una de luz de lámpara de pie y otra de sol abrasador, que dialogan entre ellas como dos amigas que se confiesan secretos. Y en ese diálogo hay una misma forma de retratar la realidad que define vínculos y estados de ánimo a través de lo cotidiano: la forma de cocinar un gazpacho o el bruxismo compartido por madre e hija, ese apretar los dientes mordiendo el silencio, nos dice mucho más de los personajes que cualquier declaració­n de principios. Si la Delphine de «El rayo verde» –una Delphine menos fantasiosa, menos propensa al autoengaño– se hubiera encontrado con su madre, durante un bello verano de cuidados y revelacion­es, uno quiere imaginar que podría haberse llamado Teresa.

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