Esa sensación de abandono
Todos, principalmente los artistas, enfrentamos un dilema importante a medida que envejecemos. El paso del tiempo conduce a un sentimiento de abandono que no solo es público, en el caso de los que logran cierto nivel de exposición, sino que también aporta matices profundamente introspectivos y de carácter personal. La lucha por permanecer siendo relevantes, independiente mente de donde surja esa necesidad, resalta lo complejo de la experiencia humana frente a la indiferencia y la marginación.
El que un día fue famoso, enfrenta la pérdida de una notoriedadque puede entender se como una traición. Por otro lado, el olvido en silencio, ese experimentado por aquellos que nunca han sido reconocidos públicamente, lleva consigo otra forma de dolor: el de nunca haber sido visto. Ambas formas contemplan la vulnerabilidad y la necesidad de ser recordado. Un importante desafío que nos lleva a reflexionar sobre cómo valoramos a las personas y sus contribuciones a lo largo de la vida. Comprenderlo supone una maestría. Un poder concentrado. ¿Tristeza? No. Tristeza no. Se confirma la brevedad con la que la naturaleza permite que la belleza siga siendo belleza justo antes del preludio, del apagón. El esfuerzo por seguir adelante dibuja un testimonio de la resiliencia de las personas además de la fuerza del espíritu ante la creatividad. Una lucha que puede ser conmovedora y reveladora. Una demostración de que el impulso de compartir y dejar una huella en el mundo puede trascender las barreras de la época. No hay consuelo fácil. Se trata, evidentemente, de una experiencia dolorosa. Bendigo a los que descubren que este sufrimiento también puede ser una fuente de inspiración. Un detonante que sumerge a determinados artistas en la exploración de nuevas direcciones guiándolos a otros niveles de profundidad. Todo un aprendizaje que debemos aceptar. El noble arte de abrazar la omisión.