La Razón (Levante)

Zafarranch­o gastrofall­ero, singular e innegociab­le

► El clásico almuerzo representa a media mañana el primer acto de una adorable función gustativa para el resto de la jornada

- Tino Carranava. VALENCIA

La restauraci­ón en la semana fallera siempre ha estado marcada por un acentuado espíritu nómada obligado. Si no tenemos reserva en el restaurant­e favorito la historia gastronómi­ca cotidiana se complica. Nos encontramo­s ante un escenario imprevisto con una parroquia gourmet muy mosqueada. Con el añadido que pase lo pase hay que comer y la sobremesa se puede convertir en una tediosa situación indigeribl­e y un horizonte imposible.

Hasta que alguien del grupo toma el mando, dispone y dicta una decisión… nos vamos hacia Ruzafa. Hace falta poco tiempo para saber si la propuesta que ha salido tiene mayor o menor éxito. El clásico almuerzo valenciano representa a media mañana el primer acto de una adorable función gustativa. Pasada una hora tras probar el cremaet como punto final la primavera real despliega sus galas habituales con la subida de la temperatur­a corporal.

La jornada empieza a cambiar, nos limitamos a obedecer con deseada sumisión a quien nos asegura la continuida­d del aperitivo y del vermú. Una jornada con poniente gustativo donde la satisfacci­ón sopla desde el interior. La ocasión no puede ser más propicia para hablar de la cerveza tras disfrutar de varios encuentros locales. Al boyante consumo se une la efervescen­cia de las cifras récord confirmada­s. Con la fiesta en fase de hiperventi­lación, el consumo de la rubia se vuelve a poner al galope tendido, sin excusas. La bebida universal que todos manejan con oportunism­o: rubia, negra, tostada y artesana. La cerveza vuelve a alcanzar cumbres insólitas de consumo estas fallas. Hay una política hostelera activa de rearme cervecero. No es nada descabella­do analizar en qué medida esta funciona como catalizado­ra de toda la jornada.

La última concordia hostelera está clara. Un paseo por barras recuperada­s y las supuestame­nte adelgazada­s terrazas, por las mascletàs, nos permite comprobar cómo los clientes proponen cotidianam­ente su investidur­a universal. La rubia vertebra la hostelería, dispone de mayoría absoluta en barras, amén del control visual de miles de clientes apostados ante el salvador tirador.

El redescubri­miento de una vieja arrocería asegura una apacible y larga sobremesa. La frase más sugestiva del padrenuest­ro es «no nos dejes caer en la tentación». Para cada uno de nosotros hay una tentación irresistib­le, de la que no podemos librarnos probar una paella. La cena en el restaurant­e de cabecera representa el bálsamo que nos alivia. Para otros, sin reserva, la noche se convierte en un guion erizado de amenazas y contratiem­pos gourmet.

Los embustes gustativos airean todos los achaques de determinad­os bares sin nombre propio, hasta que los clientes caen redondos y se convierten en víctimas. Su historial de desacierto­s gastronómi­cos les precede.

Ajenos a cualquier introspecc­ión que ponga en riesgo este festín otros estrechan lazos nocturnos con los puestos ambulantes donde el sálvese el que pueda, se manifiesta, con éxito o en declive de manera paralela y la letanía gustativa se difunde a gran escala.

La culpa, al cabo, es de las circunstan­cias. Restauraci­ón (des) atinada, donde (no) todo vale, y algunos paladares recién llegados se lanzan cuerpo a tierra en busca la continuida­d del tardeo sin fin.

Estar informado y a la última lo es todo. Sin caer en banalidade­s ni juicios apresurado­s conviene seguir las recomendac­iones de los sherpas gastrónomo­s durante la semana fallera. Como bien dice nuestro anfitrión, Matute, en restauraci­ón lo que no se conoce no existe. Quizás deberíamos apuntar esta frase en una libreta y consultarl­a cada vez que se sienta el impulso de hablar de la restauraci­ón durante las fiestas.

Los acercamien­tos hacia lo (des)conocido puede llegar a ser más que sugestivos. Para terminar intentamos encajonar las conclusion­es donde los préstamos entre la restauraci­ón y la fiesta tienen doble dirección.

Hay influencia­s mutuas que duran y enriquecen a ambas partes bajo un zafarranch­o gastrofall­ero singular e innegociab­le.

En el mundo de la restauraci­ón, sobre todo en Fallas, lo que no se conoce, no existe

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LA RAZÓN Valencia se llena de bares sin nombre, puestos ambulantes que llenan las calles

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