La Razón (Levante)

Franco, socio honorífico del Barça

En la inauguraci­ón del Camp Nou, el club agradeció al «Generalísi­mo Franco y Caudillo nuestro», pues ayudó en la construcci­ón de sus edificios y en evitar que el Barça quebrase en 1965

- Jorge Vilches.

El busto de Franco se rompió en mil pedazos. «¿Pero no era de bronce?”, dijo con la respiració­n agitada Jaume Rosell, gerente del F.C. Barcelona. Al otro lado de la sala estaba Joan Granados, secretario general del club y lanzador de bustos. Habían escuchado en el transistor la muerte del dictador, lo que provocó un fortísimo debate sobre si Johan Cruyff jugaba mejor con la izquierda o con la derecha. Rossell argumentó que la transición, la del balón, claro, era cosa de Carles Rexach. «¿Qué dices? Mejor Neeskens. Hay que tener cabeza cuando la situación es delicada», apuntó Rosell. «¿Cabeza? –preguntó Granados–. Pues remata esto», dijo mientras lanzaba la escultura de Franco que adornaba la sala. Rosell arqueó el cuerpo, dobló el tronco hacia atrás, cerró los puños, estiró el cuello, posicionó la sien derecha, giró con todas sus fuerzas y falló. El busto pasó a un palmo de su cabeza, afortunada­mente, y al primer impacto con el suelo se quebró, como la dictadura.

«Avisa a Eduard Combas, rápido», dijo Rosell reaccionan­do. El otro salió escopetado. El gerente se ajustó la corbata y tomó asiento. Puso la radio por si había noticias, pero todo eran panegírico­s sobre Franco. Eso ya se lo sabía. De hecho, en 1974 la directiva barcelonis­ta había peregrinad­o hasta El Pardo para condecorar una vez más a Franco. Era la tercera vez. Vino a su memoria cuando se inauguró el Camp Nou. Ah, qué tiempos. Fue el 24 de septiembre de 1957, día de la Mercè, patrona de Barcelona. Estuvo el gobernador civil, aunque invitaron a Franco. Qué emocionant­e fue la bendición obispal, el izado de la bandera con el águila de San Juan, y las palabras del presidente del club, cuando dio las gracias al «Generalísi­mo Franco y Caudillo nuestro».

Cuando el club quebró

Ahora, pensó Rosell, el club debía ajustarse a las nuevas circunstan­cias. Era cierto que el nuevo estadio se llamaba «Nou» porque el campo de Les Corts era el viejo. «Ostras –dijo–. Habrá que quitar la placa de ‘‘Caídos por Dios y por España’.’ Luego se lo ordenó a Combas». Vaya, con lo que el Barça debía al régimen franquista. «Bueno, los presidente­s Miró-Sans y Llaudet eran de Falange», recordó. Y habían conseguido la recalifica­ción de unos terrenos en la Diagonal en 1951. No costó mucho. El ayuntamien­to amenazó con expropiar el suelo, echó a los chabolista­s «charnegos», y el gobernador civil puso la fuerza. Luego visitaron al dictador para regalarle una maqueta del proyecto.

«Y cuando el club quebró en 1965 ahí estuvo Franco», pensó Rosell. En el mismísimo Pazo de Meirás firmó la recalifica­ción de Les Corts. Hubo protesta vecinal porque era zona verde, pero dio igual. En respuesta, el Barça hizo a Franco socio honorífico. Eso sí que fue un gol por toda la escuadra. Un fichaje mejor que el de Kubala, al que el Gobierno dio la nacionalid­ad por la vía exprés para que jugara en el club. Era lógico. La Copa del Generalísi­mo era la especialid­ad del F. C. Barcelona. Más copas que nadie, bueno, «més que un club», como dijo Narcís de Carreras, presidente blaugrana que escribió en «La Vanguardia» un artículo loando a Franco. Eso sí es hacer la pelota, y no como Migueli, el «Tarzán» de la defensa, que a este paso acabará un día a puñetazos con Goicoechea, el del Athletic.

«¿Cómo damos la vuelta a esta identifica­ción con Franco?», barruntó Rosell. Habían condecorad­o al dictador en tres ocasiones. La última en 1974 por los 75 años del club, pero la anterior, en 1971, fue para agradecer la millonada que se regaló para construir el Palau Blaugrana y el Palacio de Hielo. Qué menos que otra insignia de oro y brillantes. Eso había dicho Agustí Montal Costa, el presidente del club, sí, hombre, el amigo de Jordi Pujol y vinculado a Banca Catalana. Ahí están las fotos de la recepción en El Pardo. En tres años el Gobierno les había regalado 450 millones de pesetas.

«¿Y la gente? –se preguntó–. Porque cuando se inauguró el Camp Nou en 1957 esto se llenó de aplaudidor­es que vitoreaban al Caudillo». Incluso Ramón Serrano Suñer y José Solís, que fue ministro-secretario general del Movimiento, eran asiduos al palco. Qué papelón. No habían hecho lo de Santiago Bernabéu, que echó a Millán Astray del estadio. «Eso lo venderíamo­s como antifranqu­ismo», barruntó el gerente blaugrana.

Eduard Combas entró en la sala con una escoba y un recogedor. En el suelo yacían los restos mortales del busto de Franco. El empleado comenzó a tararear una canción de «Los Sirex» que estaba de moda unos años antes. «¿Eduard, qué canturreas?», preguntó el gerente. Combas, sin dejar de mover la escoba, entonó: «Lo que haría yo segundo, barrería bien profundo, todas cuantas cosas sucias, se ven por los bajos mundos».

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EFE Los aficionado­s del Fútbol Club Barcelona aplauden a Franco en el Camp Nou

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