Marilyn Monroe, solo «unas gotas de Nº 5»
En 1921, Gabriel Chanel, la hija de una lavandera y un tendero, ya era el fenómeno Coco Chanel con tiendas en París, Biarritz y Deauville. El olor a jabón de su infancia determinó que buscara lo nunca olido hasta entonces: «Una mujer que huela a mujer». Antes que llegase la revolución Inditex a nuestras vidas, Chanel escucha a sus ricos clientes para venderles lo que demandan. Los ricos y su mente abierta le dan las pautas hacia dónde va el mundo del lujo. Les escucha quejarse del olor espeso a pachuli de sus amantes, como un hedor desagradable pegado al cuerpo. Y si algo tiene Chanel es un desapego a las reglas sociales. Tiene amanEl tes, conduce su Rolls Royce y usa los pantalones con la misma soltura que se libera de corsés.
Cuando supo de la existencia de un perfumista atrevido como ella, que utilizaba aldehídos, cuerpos sintéticos extremadamente volátiles que usados con moderación le dan aire a las notas florales, para crear perfumes, Gabrielle sabe que es su hombre. perfumista ruso Ernest Beaux y ella enseguida se ponen de acuerdo, tan solo le pide que use mucho jazmín de Grasse, la materia más lujosa del momento. Beaux, inspirándose en el frescor del Círculo Polar, crea varias fragancias que numera, del 1 al 5 y del 20 al 25. Cuando Gabrielle huele la muestra 5, no lo duda: «Huele bien, se parece a mí, es impúdico, ligero, carnal y perdurable». En 1921 nace el Nº5. En la historia de la perfumería hay un antes y un después de él. A todos pilló por sorpresa, pero ella ya había anunciado que quería dar a la mujer una fragancia «artificial, fabricada. Un perfume de mujer con aroma de mujer».
En verano de 1921 llega a Montecarlo acompañada por el pri