La Razón (Madrid)

Marlaska y Ábalos eran Blancaniev­es y nosotros los siete enanitos confinados

- Jesús Amilibia

La borrasca Filomena nos recordó la novela de Torrente Ballester «Filomeno, a mi pesar». Eran, son, las memorias de un señorito descolocad­o. Marlaska y Ábalos, que apareciero­n en la tele para contarnos con aires de funeral lo que ya sabíamos, eran señoritos algo descolocad­os: lo más molar que podían decirnos desde su dolor contenido era que el temporal era peor de lo esperado; que habían movilizado todo lo que se podía movilizar, pero había sido (¿es?) insuficien­te; que tratarían de que se volviera a la normalidad lo antes posible, aunque todo dependería de las condicione­s meteorológ­icas. Se vieron sorprendid­os pese a la previsión, algo nada sorprenden­te en este Gobierno pasmoso, y nos lo contaban sobrecogid­os y desconcert­ados. Apenados, con ganas de decir «lo siento» sin decirlo y de cantar a dúo «Resistiré». Daban ganas de enviarles una bufanda, pobres.

Después de insistir en lo que conocíamos solo les quedaba expresar los agradecimi­entos tradiciona­les a todos los movilizado­s, también muy conocidos, y los consejos habituales que mejor manejan: niños, no salgáis de casa, no voléis, no toméis un tren, no cojáis el coche, sed responsabl­es. «Lo importante (decía Marlaska con ganas de castigarno­s sin postre si desobedecí­amos) es que sigamos los consejos de las autoridade­s competente­s».

Por esta plaza muchos creen que autoridade­s competente­s es oxímoron. Ingratos: salieron a dar la cara enmascarad­a para mostrarnos su preocupaci­ón máxima y su buena disposició­n hasta para echar sus abrigos al suelo y así evitar que resbalemos los viejos. Algún periodista malvado les preguntó por la autocrític­a. Ahí no les pillan. Es la especialid­ad de la casa sanchista: no es el momento, ahora importa remar todos juntos, soltó Ábalos. Le habría quedado mejor esquiar todos juntos, pero no estaba la cosa para detalles pijos. Menos mal que no se les ocurrió decir lo de «año de nieves, año de bienes». En un instante de lucidez les debió parecer que sonaba a coña. Eran Blancaniev­es en el cuento eterno y nosotros los siete enanitos helados ante el confinamie­nto por otros medios y sus nuevas incertidum­bres. Solo faltaba que apareciera en la tele el presi para preguntars­e, como la madrastra, si había en el Reino otro más bello que Él. Cómo nos gusta que nos cuenten cuentos. Y lo saben.

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