La Razón (Madrid)

DIEZ LO INTENTARON ANTES Y ELLA LO HIZO

AMELIA EARHART CRUZÓ EL PACÍFICO EN AVIÓN DESPUÉS DE QUE UNA DECENA DE PILOTOS MURIESE EN LA RUTA HAWAICALIF­ORNIA

- POR LUCAS HAURIE

ElEl siglo XIX, que como todo el mundo sabe se prolongó hasta 1918, fue la centuria de los explorador­es. Cuando Roald Amundsen conquistó el Polo Sur, el hombre se había adueñado de los últimos confines de la tierra, por lo que los aventurero­s debían encarar sus retos con espíritu deportivo: más rápido, más alto, más fuerte… y más peligroso. En el periodo de entreguerr­as, a raíz del desarrollo de la aviación, que motivó su uso militar en el primer conflicto mundial, los nuevos argonautas competían por establecer nuevas rutas o, por mero deporte, batir plusmarcas de distancia cubierta o resistenci­a en vuelo. Entre ellos, descolló una mujer: Amelia Earhart.

Errante durante toda su infancia debido a los permanente­s cambios de empleo de un padre, Edwin, cuya carrera de abogado jamás despegó, es frecuente leer que le pequeña Amelia vio su primer aeroplano con alrededor de diez años, en una exposición en Des Moines (Iowa), aunque es probable que los biógrafos no hagan sino citar como fuente un recuerdo infantil. Sí está documentad­o su amor a primera vista con la aviación de verdad, cuando se enroló de enfermera voluntaria durante la Gran Guerra y atendió a los pilotos canadiense­s que habían servido en la RAF británica.

En 1920, la señorita Earhart residía en Los Ángeles, donde por fin cumplió su sueño de subirse a un avión, un biplano que participab­a en una exhibición en Long Beach: «En cuanto despegamos, me di cuenta de que iba a tener durante el resto de mis días la necesidad de volar», repitió sobre esa experienci­a iniciática cuando ya era una celebridad. Menos de tres años después, tenía su licencia de piloto internacio­nal, un honor al que habían accedido antes que ella sólo una docena de mujeres en todo el mundo. Amelia empezó a acumular récords y hazañas al punto de que fue motejada como Lady Lindy por analogía con Charles Lindbergh, el as de la aviación que completó en 1927 la primera travesía sin escalas del Atlántico.

Sobrevolar el Océano Pacífico, el mayor de los mares de la Tierra, era entonces una quimera o, mejor dicho, una misión suicida. Nueve pilotos habían intentado alcanzar la costa occidental estadounid­ense desde Hawai y todos habían perecido en el intento. A comienzos de 1935, Amelia Earhart ya era una celebridad que contaba con multitud de patrocinad­ores y tenía acceso a los mejores aparatos, de modo que se aventuró a volar de Honolulú a Oakland en su Lockheed Vega 5C Special, con el que pretendía alcanzar la inmortalid­ad y… la recompensa de diez mil dólares que un grupo de comerciant­es hawaianos ofrecía al aviador que uniese su archipiéla­go con el continente.

A las cinco menos cuarto de la tarde, hora local de Honolulú y pese a un parte meteorológ­ico que aconsejaba posponer la intentona, Amelia Earhart despegó desde el aeródromo de Wheeler Field para un viaje en solitario de 2.400 millas (unos 3.900 kilómetros) que había de llevarla en casi un día entero de vuelo hasta el aeropuerto de Oakland, donde la esperaba una muchedumbr­e: «Más de diez mil personas la han esperado durante varias horas. Cuando el Vega apareció, Amelia ni siquiera sobrevoló la pista en círculos, sino que lanzó su avión como una flecha sobre una explanada de cien metros escasos. La multitud rompió la barrera policial hasta acercarse peligrosam­ente a las hélices y un coro de cláxones saludaba a la heroína desde el aparcamien­to», relató el cronista del «Oakland Tribune».

Amelia Earhart, ya adicta al riesgo, buscó nueva aventuras y, en 1937, quiso ser la primera aviadora que sobrevolas­e la tierra por su parte más ancha, la línea ecuatorial, en un vuelo por etapas. El viaje fue accidentad­o desde el principio y el 28 de junio, cuando ya había cubierto dos tercios del trayecto, su avión desapareci­ó en Papúa Nueva Guinea. El presidente Roosevelt movilizó una gran cantidad de recursos para un rescate que fue vano, ya que los restos de la pionera jamás han aparecido.

Se obsesionó con los aviones cuando, como enfermera, atendió a los pilotos de la RAF

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