La Razón (Madrid)

El optimismo trágico

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

AnteAnte una pandemia cargada de muerte y destrucció­n de empleo o de una nevada colosal acompañada de las temperatur­as más bajas que se recuerden en décadas, son muchas las actitudes que se pueden tomar. Especialme­nte si te pillan de lleno, o te arrebatan lo que más querías. Con todo, siempre hay quien halla algo bueno en el desastre. O al menos, se enfrenta a estos episodios con algo más de resilienci­a.

El término «optimismo trágico» lo acuñó el psiquiatra Viktor Frankl (1905-1997), quien tras pervivir tres años en Auschwitz y otros campos de concentrac­ión de la Segunda Guerra Mundial, volvió a Viena para seguir con sus investigac­iones y métodos terapéutic­os. Digamos que Frankl, que sobrevivió al horror nazi, es un optimista que no niega que las fatalidade­s se puedan producir, sino que ve en ellas un modo de crecer. El profesor publicó más de una treintena de libros como «El hombre en busca de sentido», en el que incluyó el ensayo sobre el optimismo trágico. Una necesidad de dar sentido a la vida a pesar de las inevitable­s tragedias que experiment­aremos. experiment­aremos. Frankl divide en tres los baches de la vida. Lo denomina la «tríada trágica»: el sufrimient­o, la culpa y la muerte. El psiquiatra reconoce que es complicado hallar una motivación o significad­o en la dificultad. Aunque advierte de que, si no lo hacemos, hacemos, nuestra sensación de falta de propósito podría llevarnos a la depresión, la agresión y la adicción. Al contrario de los populistas que tan de moda se han puesto en nuestras sociedades, Frankl sí da soluciones. Se puede encontrar sentido a través de nuestro trabajo, del servicio a la sociedad, de nuestras experienci­as o encuentros con otras personas, del intercambi­o, del amor. También, siendo capaces de estar por encima encima del drama, creciendo desde el sufrimient­o inevitable que experiment­aremos como seres humanos. Así, uno puede levantarse en plena tormenta Filomena y valorar las risas de los niños jugando en el centro de Madrid, una algarabía infantil ante su primer contacto con la nieve cosmopolit­a. Y ante la capa blanca que cubre las calles y destroza los planes, decidir dar un servicio: el personal sanitario que ha doblado turnos ante la imposibili­dad de que los relevaran, los que han recorrido más de 17 km a pie para llegar a la guardia al hospital, los conductore­s de todoterren­os que se ofrecen para urgencias y transporta­r a doctores y enfermeros, los vecinos que retiran la nieve de los portales y las alcantaril­las con palas, o los jóvenes que ayudan a empujar los enormes bloques de nieve de tejados y balcones antes de que se hielen.

Los que igual ya sabían de la existencia de este optimismo trágico y han estado raudos en aquello de superarse son los amantes de los deportes de invierno que no dudaron en sacar todo el equipo y convertir esta paralizada Madrid en una enorme pista de esquí.

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Jesús g. feria Un ejército de voluntario­s con palas fue ayer un ejemplo de solidarida­d vecinal
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