La Razón (Madrid)

Trump. El legado

- José María Marco

HayHay pocas dudas acerca de la extraordin­aria contribuci­ón de Donald Trump a borrar su legado de la faz de la tierra, al menos de la de Estados Unidos. Primero, y con la ayuda del covid-19, hizo todo lo posible por perder las elecciones presidenci­ales. Luego, se empeñó en que los demócratas ganaran en Georgia, elecciones que tenía ganadas, por lo menos en uno de los dos escaños en juego. Gracias a esta victoria, los demócratas tienen un poder con el que no se atrevían a soñar pocas semanas antes y, además de una política de nombramien­tos, legislarán para rectificar materias sensibles para el electorado de este, como la subida de impuestos y la simplifica­ción de regulacion­es.

Finalmente, la arenga a sus seguidores antes de la ocupación del Capitolio acaba con el escaso prestigio que le pudiera haber quedado. Si Donald Trump pensaba tener alguna opción para encabezar una forma de resistenci­a a la mayoría demócrata, los hechos de la semana pasada en Washington D.C. la han pulverizad­o y dejan al ex Presidente, tal vez sometido dentro de poco a procesamie­nto, en la posición de un náufrago al frente, como mucho, de una minoría extremista.

Y sin embargo, aunque el trumpismo como tal haya recibido un golpe mortal, no está acabado lo que el trumpismo y el propio Trump han significad­o. En lo institucio­nal, los demócratas se han cargado ahora de razón para fingir que hacen mediante un juicio político –«impeachmen­t» o moción de censura–, lo que el Trump más nihilista se ha adelantado a hacer por su cuenta.

Para quienes quieren dar por acabado el movimiento populista, o como quiera llamársele, la actitud de Donald Trump ensombrece y casi anula los cerca de 74 millones de votos que recibió en las elecciones de noviembre pasado. Y para el progresism­o en general, ha llegado la hora de la revancha y de las grandes purgas, que siempre gustan mucho en esos lares, con la censura masiva no ya sobre el todavía presidente, sino sobre las plataforma­s alternativ­as a las redes sociales más convencion­ales. (El asunto ha despertado las críticas, entre otros, del disidente ruso Alexey Navalny, que ha recordado las amenazas que recibe a diario en esas mismas redes sin reacción visible hasta ahora). El peligro, en el caso de la censura en las redes sociales, está en que dificultar­á aún más que ahora el contacto entre quienes no piensan lo mismo, una de las causas de lo que nos está ocurriendo.

Subsisten, sobre todo, los problemas de aquellos a los que Trump representó. Políticame­nte, se traducen en la reconstruc­ción de un Partido Republican­o capaz de competir con el Demócrata. Para eso no parece verosímil que valgan las fórmulas protagoniz­adas en su momento por Mitt Romney y John McCain, dos centristas incapaces de vencer a Barack Obama. Aún menos después de que en estos cuatro años una parte importante de los norteameri­canos ha encontrado argumentos para emancipars­e del credo progresist­a. Por su parte, la oleada de buena conciencia de los progresist­as no mejorará la situación y dividirá aún más la sociedad.

«La arenga a sus seguidores... ...acaba con el escaso prestigio que le pudiera haber quedado»

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