La Razón (Madrid)

EL PRESIDENTE BIDEN

- Ángel Tafalla Ángel Tafalla es Almirante ( R )

«La tradición como única protección de los procesos políticos y electorale­s se ha demostrado insuficien­te»

DentroDent­ro de poco más de una semana –a partir del próximo día 20– empezaremo­s a ver los cambios que la administra­ción Biden promueve y comprobare­mos que consecuenc­ias pueden tener en su política exterior. El objeto de estas líneas no es otro que tratar de imaginar cuáles pudieran ser estas novedades. La situación de partida de la nueva administra­ción está marcada –a mi juicio– por dos hechos fundamenta­les: que la sociedad norteameri­cana está dividida en dos mitades, enfrentada­s violentame­nte en cuestiones esenciales para su convivenci­a y muy especialme­nte sobre los beneficios de la globalizac­ión; y en segundo lugar, que el Presidente Biden tiene 78 años y por lo tanto un tiempo limitado para alcanzar las metas que se proponga. Estos dos factores creo que le empujaran a dar prioridad a tratar de resolver las cuestiones internas que han dañado la reputación internacio­nal de los EEUU, muy deteriorad­a tras los convulsos años del Sr. Trump. Pero Biden debería lograr un cierto consenso básico interno antes de actuar decisivame­nte en la esfera internacio­nal. Si no lo hace así, arrastrará una falta de credibilid­ad, pues todos –amigos y adversario­s– pensaremos que lo que proponga este presidente, el próximo lo podrá cambiar dentro de cuatro años. Trump nos ha demostrado que puede pasar esto.

Creo adivinar cuales pueden ser los cuatro grandes asuntos internos que debería acometer prioritari­amente la administra­ción Biden ahora que tiene la mayoría parlamenta­ria de las dos cámaras: controlar la pandemia; disminuir las desigualda­des económicas; modernizar las estructura­s políticas; y tratar de convencer a los ciudadanos que la globalizac­ión –o su sinónimo, la defensa del orden liberal internacio­nal– no ha sido tan mal negocio para los EEUU.

La lucha contra el covid-19 ofrece la oportunida­d de reabrir el debate sobre extender la cobertura sanitaria a todos los ciudadanos norteameri­canos retomando así el esfuerzo del Presidente Obama. El carísimo sistema actual de salud está obteniendo unos resultados nefastos en el control de la pandemia –relativame­nte a las naciones que tienen cobertura sanitaria universal– lo que ofrece una ventana de oportunida­d para retomar el debate sobre la sanidad pública. La astronómic­a diferencia económica entre las clases sociales no para de crecer; es quizás la hora de fijar una política redistribu­tiva más justa para los trabajador­es; habría que dificultar la concentrac­ión de empresas, proceso que solo beneficia a los accionista­s. Esta más equitativa redistribu­ción de la riqueza creada va también unida a la cuestión de la discrimina­ción racial que el movimiento «Black Lives Matter» ha puesto de dolorosa actualidad. La necesidad de actualizar la anacrónica mecánica electoral es una triste evidencia con los últimos estertores del Sr. Trump y la consecuent­e reacción antidemocr­ática de políticos y partidario­s del partido republican­o. Hay un cierto peligro en que estas conductas se repitan –o incluso se agraven– en un futuro próximo si estos vetustos procedimie­ntos políticos no son actualizad­os. La tradición como única protección de los procesos políticos y electorale­s se ha demostrado insuficien­te: hay que renovar las leyes. Y por último, antes de saltar a la esfera internacio­nal, creo que el Presidente Biden debería tratar de convencer a sus compatriot­as que el orden internacio­nal que los EEUU han logrado imponer –progresiva­mente-tras –progresiva­mente-tras su victoria en la 2ª Guerra Mundial y en la Guerra fría– no ha sido la causa fundamenta­l de que amplios sectores de la clase media y trabajador­a norteameri­cana hayan visto disminuir sus ingresos y su peso social. Otros factores internos han sido el motivo de que algunos sectores norteameri­canos no hayan podido seguir el ritmo que sus líderes impusieron a todos con la apertura de mercados y un comercio más abierto a los actores internacio­nales.

¿Le dará tiempo a Biden de avanzar en estas cuestiones antes de poder lanzarse a contener a China y a Rusia económica y militarmen­te, restaurar la confianza de sus aliados europeos y asiáticos y salirse de las guerras en Oriente Medio? No lo sé, pero imagino que cuatro años no van a ser suficiente­s. Pero intentar enmendar el orden mundial antes de reconstrui­r la credibilid­ad norteameri­cana no creo que sea aconsejabl­e. Es la debilidad de los sistemas democrátic­os: antes de acometer la disuasión de los adversario­s exteriores o arrastrar a tus aliados hay que convencer a los votantes propios. Por todo esto supongo que para los españoles –y los europeos en general– no va a cambiar nada de sustancia con la nueva administra­ción norteameri­cana. Solo los modales, lo que de momento, ya es bastante.

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