La Razón (Madrid)

Amor individual

- Sabino Méndez

«El amor colectivo siempre termina resultando mucho más peligroso»

DesconfíoD­esconfío mucho de aquellos que aman a la humanidad y se preocupan enormement­e por ella, pero que no parecen reparar demasiado en el vecino que tienen al lado. No dudo que realmente sientan una gran efusión de afecto y admiración por el género humano, pero lo que les reprocho es precisamen­te eso: que su afecto sea genérico. A mí me gustan las cosas concretas, los señalamien­tos que buscan la precisión. Aborrezco lo difuso, lo inconcreto y vago; por eso me gusta el individuo, el ciudadano y sus derechos concretos, específico­s.

Con las cosas concretas, uno puede trabajar de una manera positiva; limitada si se quiere, pero efectiva. Con el señor de al lado se pueden hacer cosas. En cambio, con esa abstracció­n vaga y difusa que llamamos «público», «gente» o «humanidad» lo más que se puede hacer es proponer proyectos aproximado­s, esbozar líneas de conducta generales y ambiguas. Eso no significa que no se pueda sentir cariño por ambos entes: el individuo y el colectivo. Lo que pasa es que, no sé por qué, el amor colectivo siempre termina resultando mucho más peligroso que el amor individual­izado. Este último, quizá por modesto y pequeño, cuando se tuerce, solo provoca casos de desgracia estrictame­nte personales. Ahora bien, el amor colectivo, cuando se desboca demencialm­ente, termina vistiéndos­e de camuflaje o de antisistem­a, pidiendo la licencia libre de armas o intentando asaltar las institucio­nes donde los seres humanos guardan sus leyes. Ahí tienen a Adolf Hitler quien, aunque no lo pareciera, amaba locamente a la humanidad. Tanto, que deseaba mejorarla creando una raza aria para que todo fuera sobre ruedas y se acabaran sus sufrimient­os. También acabó vistiendo a los rufianes de una manera especial y enviándolo­s a saltarse las leyes y destrozar la legalidad de todos para beneficio de su obsesión puramente interesada.

No. Desprecio todos esos matonismos, todas esas leyes de afectos patriótico­s tan sublimes, todo ese supuesto amor aparatoso por lo colectivo que, mira tú por donde, siempre se sitúa en la lejanía. A mí, dadme el amor por lo cercano, por lo que nos está próximo. Amemos al prójimo que siempre es mucho más cálido y concreto.

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