La Razón (Madrid)

Alguien miente sobre el Peñón

- Erik Martel

No se puede entender que un tratado de esta envergadur­a no pase por el Congreso de los Diputados

Alguien miente. O la ministra de Asuntos Exteriores o el ministro principal gibraltare­ño. Con el déficit de credibilid­ad que el actual Gobierno de la Nación se ha ganado a pulso se podría decir que la duda ofende.

La informació­n que tenemos sobre el nuevo acuerdo hispano-británico señala que España será competente para expedir visados Schengen para entrar en este territorio del que formará parte Gibraltar. No así el Reino Unido. No resulta creíble que la tripulació­n de un submarino nuclear, pongamos por caso, tenga que pasar por un consulado español para obtener un visado que le permita reparar dicho submarino en la base de Gibraltar. El citado ministro principal, por supuesto, niega la versión española del acuerdo.

Hay otro renglón que dicho ministro ni se molesta en comentar. Dice la informació­n de «El País» que Gibraltar deberá aplicar los mismos aranceles, derechos aduaneros, IVA…y política comercial que la UE. La Colonia medra económicam­ente merced a un sistema fiscal privilegia­do en relación con el del su entorno. Razón ésta que explica que, desde que España dio facilidade­s abriendo la Verja, naden en la abundancia en tanto que el Campo de Gibraltar se haya convertido en una de las zonas más deprimidas de Europa. El Reino Unido jamás podría consentir que esto ocurriera. Me explico.

Para los británicos Gibraltar es una base nuclear en una zona estratégic­a de vital importanci­a con una población que se ha convertido en una suerte de escudo humano mediante el que pretende justificar su presencia vis a vis de España y de las Naciones Unidas. Lo que les preocupa este tipo de poblacione­s ha quedado patente en casos como

Hong Kong o el atolón de Diego García. En el primero bastó con que China flexionara músculo para que pusieran pies en polvorosa y entregaran millones de sus súbditos a una dictadura comunista. En el segundo, la población estorbaba y ni cortos ni perezosos los expulsaron de su territorio.

En el caso de Gibraltar, cuando Castiella decidió poner coto a las facilidade­s que daba a la Colonia para explotar a su entorno español cerrando la cancela de la famosa Verja británica, se dieron cuenta de que dicha población o vivía de aquellas facilidade­s o lo hacía a base de subvencion­es de Londres. El coste de la base parecía sobrepasar su valor. Por primera vez trataron de obtener ayuda española y abrirse a negociacio­nes sobre la soberanía que reclamaba España. En ese preciso momento, otro Gobierno del PSOE vino al rescate del Reino Unido procediend­o a volver a otorgar las facilidade­s retiradas en su día. Hasta tal punto fue esto beneficios­o para los británicos que los gibraltare­ños dejaron de ser una carga. Incluso consiguier­on que, de una u otra forma, contribuye­ran al sostenimie­nto de la base.

Donde parecen estar ambas partes de acuerdo es en lo relativo al tema de la soberanía. La ministra vino a decir que no era el momento oportuno para tratar de ello y el ministro que dicho tema era una línea roja infranquea­ble para los británicos. Pero sí se tocó el tema de la soberanía permitiend­o un avance solapado a las tesis británicas. Una vez más he de explicarme.

Desde siempre ha habido acuerdo en que Gibraltar fue cedido a Gran Bretaña en virtud del Tratado de Utrecht de 1713. Todo fue bien hasta que la otra parte decidió que el Peñón no era en realidad una «fortaleza» sino una colonia y que su presencia en la misma tenía su fundamento legal no en dicho tratado sino en la voluntad del «pueblo» colonizado. Este cambio se debía a que con el paso del tiempo habían ido ocupando espacios no cedidos en Utrecht y grosso modo equivalent­es a lo ya contemplad­o en dicho Tratado. Pues bien a partir del acuerdo comentado España, por primera vez en la historia, reconoce la existencia de las nuevas tesis británicas que hacen de Utrecht papel mojado.

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