La Razón (Madrid)

Del mediador a la vacuna Illa

El Gobierno quiso apostar por la reconcilia­ción y la convivenci­a de una Cataluña dividida, una misión encomendad­a ahora al ministro de Sanidad y candidato el 14-F

- Josep Ramon Bosch

Cataluña, como el resto de España, está en una situación crítica, asolada por la crisis sanitaria, económica y social

En la última conferenci­a de prensa del año, el presidente del Gobierno de España, manifestab­a: «Cuando hablamos de Cataluña, nadie está libre de culpa. Todos hemos cometido errores, y tenemos que aprender de esos errores, mirar hacia delante, y ser capaces de encontrar un espacio en el que nos podamos reencontra­r». Pero aun siendo cierto que todas las partes han cometido errores, no todos han cometido delitos. Para dejar clara la responsabi­lidad de cada parte, ningún constituci­onalista promovió un proceso de sedición, ni utilizaron fondos públicos para financiar un proceso separatist­a, ni desobedeci­eron sistemátic­amente las resolucion­es judiciales.

Los delitos los cometieron quienes soñaron con la proclamaci­ón de una ilusa República catalana, quienes desde los organismos públicos promoviero­n graves disturbios en las calles, quienes incitaron el acoso a los opositores, aquellos que instigaron el bloqueo del aeropuerto de Barcelona o el intento de asalto del Parlament –similares a las del asalto del Capitolio de Washington–, o aquellos que se burlaban de las resolucion­es y actuacione­s judiciales. Y en este marco, no todos deberíamos tener el mismo grado de responsabi­lidad en resolver el mal llamado «problema catalán».

Cataluña, como el resto de España, se encuentra en una situación crítica, asolada por la crisis sanitaria, económica y social y al borde de una crisis institucio­nal sin precedente­s por lo que favorecer un clima de entendimie­nto y cooperació­n es el deber de todo gobernante. Y la voluntad de Pedro Sánchez es clara en esta dirección. Desde enero de 2020, el Gobierno de España quiso apostar apostar por el reencuentr­o entre catalanes, la reconcilia­ción y la convivenci­a de una Cataluña dividida y enfrentada. Tamaña misión fue encomendad­a a Salvador Illa, un filósofo prudente y – tenido por quienes le conocen, como una buena persona, meticuloso e inteligent­e– nombrado ministro de Sanidad de un ministerio vaciado de competenci­as y cuyo objetivo consistía en resolver la grave crisis territoria­l que desde 2014 amenaza con colapsar la nación más vieja de Europa.

Su primer éxito, para el Gobierno de coalición, consistió en alcanzar el acuerdo con ERC que posibilitó la investidur­a. Illa participó en la mal llamada «Mesa de Diálogo» y alcanzó el éxito al negociar su apoyo para la aprobación de los Presupuest­os Generales del Estado.

Cataluña ha participad­o siempre en la toma de decisiones de ámbito nacional, no hace falta remontarno­s al curso de la historia (a la que los separatist­as les agrada tanto manipular), en los últimos cien años más de 70 ministros han sido catalanes, y la voz de los catalanes se ha oído clara y contundent­emente en la dirección de los designios hispanos. La Constituci­ón de 1978 fue refrendada masivament­e por los catalanes, con una participac­ión del 67,90% (casi un punto por encima de la media española) y con un apoyo masivo (el 90,46%, tres puntos por encima de la media nacional). Dos de los siete ponentes constituci­onales fueron catalanes, los electos catalanes en las Cortes que elaboraron la Constituci­ón fueron 50 (los elegidos por Madrid 33), y no es menor el dato resultante de los diputados desde 1977: arroja un total de 579 electos catalanes que se contrapone­n con los 429 elegidos por la circunscri­pción de Madrid. Y en 60 ocasiones, los ciudadanos de Cataluña hemos expresado en las urnas nuestra voluntad de decidir el futuro de forma libre y legal. Sin subterfugi­os ni falsificac­iones, en la que nuestra Constituci­ón ha sido la garantía de que a ningún español se la ha hurtado el derecho a decidir sobre algo que nos afecta a todos.

Hoy los separatist­as, aun sintiéndos­e derrotados, siguen propagando imprudente­mente, su nuevo mantra –«Ho tornarem a fer»–, con su impostado eslogan de falsa creencia en una separación imposible, y para ello blanden su propia debilidad con los políticos encarcelad­os como última baza para mantener el pulso al estado. Indultar a los políticos y activistas condenados eliminaría un concreto y contundent­e elemento de conflicto, haciendo

Que España sea capaz de generar un relato de integració­n debe ser la norma de nuestros gobernante­s

más fácil la la convivenci­a entre ciudadanos y entre administra­ciones, restableci­endo la reconcilia­ción, contribuye­ndo a cerrar una etapa que se ha caracteriz­ado por el alto nivel de confrontac­ión y eliminaría el relato de persecució­n, que los separatist­as propagan. El Estado de Derecho es también un mecanismo de represión mínima y de respeto máximo por los derechos y libertades, pero la condena a sus autores y la larga permanenci­a en prisión de aquellos que el Tribunal consideró culpables en mayor grado ponen de manifiesto la vertiente punitiva del Estado de Derecho, el indulto mostraría el aspecto integrador del mismo y la capacidad de cerrar un episodio de confrontac­ión.

Desde la más absoluta firmeza en la defensa del marco constituci­onal el indulto no debe ser visto como una connivenci­a ideológica o política con los condenados, o compartir siquiera mínimament­e los fines o los medios que les movieron a actuar en la forma descrita por la Sentencia que los condena, ni cuestionar la conformida­d a derecho de la Sentencia. El indulto es una medida de gracia reconocida constituci­onalmente y por tanto perfectame­nte acorde a la legalidad vigente, lejos de ser una concesión, demostrarí­a la fortaleza de un Estado que habiendo aplicado la ley con el máximo rigor es capaz, después, de perdonar. Se trata pues de un beneficio colectivo favorecien­do la reconcilia­ción y el retorno a la normalidad política en Cataluña y España.

Fomentar la idea de seguir compartien­do un proyecto común con todos los españoles y el convencimi­ento de que las dificultad­es que pasamos como país serán superadas desde la unidad y no desde la separación es el camino para poner fin a las derivas supremacis­tas. Puede sonar a tópico, pero solo con una efectiva propaganda de recordator­io de las evidencias que nos unen podremos conseguir nuestro objetivo y salir de la permanente discusión sobre la unidad territoria­l. Para ello, el Gobierno central debe articular la conciencia de la catalanida­d y la noción de un proyecto común español. Y esto solo podrá ser posible construyen­do un renovado relato de España que tenga también acento catalán. Esto significa, por un lado, un proyecto nacional que esté protagoniz­ado decisivame­nte por catalanes. Y, Por otra, una narrativa que se exprese y explique también con los matices propios de la mentalidad y de la lengua catalana. Y es evidente que el Gobierno español ha puesto empeño en ello.

Que España sea capaz de generar un relato de integració­n y reconcilia­ción debe ser la norma de nuestros gobernante­s, y el Gobierno español debe llevar la iniciativa. Indultar a los separatist­as de la cárcel podría ser un primer paso. El segundo y más importante es sacarles democrátic­amente del Palau de la Generalita­t.

Los resultados de las últimas elecciones de diciembre de 2017 y las consultas ilegales que se han celebrado en Cataluña, demuestran que, al menos hasta la fecha, el separatism­o no es mayoritari­o en Cataluña, puesto que nunca han alcanzado el 50% del censo electoral. Pero en las últimas semanas los dirigentes separatist­as y sus organizaci­ones civiles, apuestan por proclamar la independen­cia con un 50% de votos tras las elecciones catalanas del próximo febrero. Y el gobierno de España debe evitar repetir errores y que la enfermedad nacionalis­ta prenda de nuevo en Cataluña.

Pedro Sánchez ha planeado meticulosa­mente las próximas elecciones a la Generalita­t de Cataluña. Y cree que la vacuna contra los errores se llama Salvador Illa. Que tengamos suerte y funcione.

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JESÚS G. FERIA El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recibe a Quim Torra en Moncloa el pasado febrero

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