UN FINAL MADE IN HOLLYWOOD
EnEn realidad la verdad no suele superar a la ficción. Ni siquiera en el asalto al Capitolio de Washington por esos pirados disfrazados para tal efecto, agitados por Trump. Hollywood ya donó para la serie B algunas entregas de barbaridades semejantes con el desenlace que el espectador y las palomitas demandaban, victoria de los buenos y reguero de cadáveres de los malvados. En este asunto, la narración está lejos de que el fundido en negro dé paso a los créditos finales. Faltan las secuencias en los tribunales, que proporcionarán planos excepcionales para esta historia de cretinos descerebrados, fanáticos desalmados, sociópatascriminalesy,porsupuesto,héroescaídosyotros afortunadamente vivos. A la espera de esas escenas, uno de aquellos ídolos dotados con los superpoderes del celuloide ha protagonizado un cameo sobre el ataque capitalino. Arnold Schwarzenegger, actor y político o político y actor, alzó la espada de «Conan», el personaje de cómic que le catapultó a la fama, para atizar mandobles a los malhechores, censurar a Trump como el «peor presidente» de Estados Unidos y apelar a la memoria y a la dignidad de los norteamericanosentornoalalibertad.«Nuestrademocracia es como el acero de esta espada. Cuanto más se templa, más fuerte se hace. Necesitamos reformas para que esto no vuelva a ocurrir, necesitamos superar nuestros desencuentros y poner por delante la democracia». Sería un broche feliz, de color de rosa, de esos que gustan a la taquilla. Pero ni siquiera en la fábrica de los sueños el guion lo aguanta todo. Como en «Un final made in Hollywood» no sorprendería que detrás de las cámaras apareciera el invidente director interpretado por Woody Allen.