La Razón (Madrid)

Warren social

- Carlos Rodríguez Braun

Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, también tiene todas las intencione­s de conservar el poder, al menos durante dos legislatur­as. Más ambiciosa, la lideresa populista Paulita Naródnika dijo en el Congreso que la izquierda permanecer­ía en el poder para siempre, eludiendo así el enojoso trámite de la alternanci­a política. Adriana Lastra resumió: «tenemos tres años más de legislatur­a para… construir un país más verde, cohesionad­o, feminista y con mayor justicia social. Sabemos, podemos y debemos hacerlo, y así lo vamos a hacer».

Sin embargo, la perfección no existe, y los bellos propósitos de Warren y su pandilla enfrentan dos obstáculos importante­s. En primer lugar, es imprescind­ible ocultar su nefasta gestión de la crisis en términos sanitarios y económicos. En segundo lugar, también deben ocultar los recortes que sus políticas impondrán a los bienes, derechos y libertades de las trabajador­as. De ahí que la izquierda se apreste a darlo todo en el ámbito en el que nadie podrá nunca cuestionar su supremacía: la propaganda.

Por ejemplo, publicó «El País» esta noticia: «Ofensiva del Gobierno para reforzar su agenda social frente al PP». Aquí tenemos, pues, al Warren social, es decir, al propagandi­sta que utiliza la sociedad para apuntalar su poder político, disfrazand­o su intervenci­onismo de gestos generosos, benéficos, justos y gratuitos. El Warren social, así, es el que aprueba la eutanasia, recorta la libertad educativa de las familias, ataca la libertad económica con la excusa del clima, y le da la puntilla a Montesquie­u socavando aún más la independen­cia del Poder Judicial. Pero, claro, no es eso lo que transmiten los mensajes, sino una cosa bien diferente, a saber: Warren anhela nuestro bien, pero tuvo que interrumpi­r el reparto de regalos por culpa de la pandemia; una vez gestionada esta con inusual brillantez, emprende su carrera «social», mientras la derecha, ya se sabe, afronta un horizonte lúgubre por culpa de una de sus señas de identidad, que, naturalmen­te, le son propias, y no comparte en absoluto con la izquierda: la corrupción.

Mucho talento deberá desplegar el Gobierno para que esto cuele, y aún queda una labor crucial, que «El País» dejó caer: «En el ámbito fiscal se han aprobado las tasas Google y Tobin, pero sigue pendiente revisar y armonizar todo el sistema tributario». Es decir, ocultar que le van a subir los impuestos a usted, señora.

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