La Razón (Madrid)

Jardiel Poncela: «A un hombre se le puede cambiar por un orangután amaestrado»

«El hada Curiosidad» (Renacimien­to) recupera varias entrevista­s del gran dramaturgo, incluida una «Autointerv­iú» de 1927 y en la que deja alguna pincelada de su debatida misoginia

- Julián Herrero

Cuando uno lee conversaci­ones de Enrique Jardiel Poncela de hace 70, 80 y 90 años, casi siempre tiene la sensación de impotencia que, a día de hoy, provoca entrevista­r a un tipo tan ambiguo en sus respuestas como es Joaquín Reyes. No se sabe si detrás de esa cara de póquer contesta el hombre o el personaje, aunque también cabe la posibilida­d de que lo hagan ambos o, incluso, ninguno. Todas esas dudas van surgiendo durante la lectura de «El hada Curiosidad», que acaba de editar Renacimien­to con varias de las charlas que el autor mantuvo durante su carrera con la Prensa, además de una «Autointerv­iú» en la que Jardiel se ruega a sí mismo que «no me pregunte tonterías». Tenía, por entonces, «veinticinc­o años y cuatro meses» (1927), se presenta mediante una entrevista surrealist­a en la que, a medio camino entre la guasa y la verdad, va tocando temas de todo tipo.

–¿Qué opina del divorcio?

–Me parece tan indispensa­ble como los botones de los abrigos.

–¿Le gusta a usted el café?

–Si no lo tiran en el platillo, sí.

–¿Y si se lo tiran?

–Entonces me envuelve el pesimismo.

En ese tono humorístic­o que empleaba como el «Zotal [el desinfecta­nte] de la literatura», el escritor madrileño va bromeando con que «los hombres rubios debían irse todos a Australia»; o que, debido a su estatura («un metro sesenta»), «cuando voy al teatro nunca le impido ver el escenario al señor que está detrás»; o que se pone especialme­nte melancólic­o los viernes. El porqué de esto último no lo desvela, pero así lo afirma en ese texto de «Lecturas para analfabeto­s» (1927).

También se atreve con los temas amorosos, de los que «se han dicho demasiadas simplezas» a pesar de que para él «no tiene la importanci­a que le han dado». A lo que sí le da valor Jardiel, o, por lo menos, le entristece, dice, son «las parejas de novios que van al cine o de paseo con la mamá de ella» porque en la madre ve el reflejo de «cómo va a ser la hija dentro de veinte años. Y me apena que el novio no vea eso mismo».

No oculta que «el hombre es débil» («blandengue», que decía El Fary) y cuando él mismo se pregunta por su opinión respecto a las mujeres suelta que «son cerebros en embrión perturbado­s por el histerismo. Y si la mayoría de los hombres no fueran tan brutos, opinaría aún peor de las mujeres. Pienso, desde luego, que se las ha exaltado excesivame­nte. Desde luego son insustitui­bles». Así, considera que a un hombre se le puede cambiar por «un orangután amaestrado»; pero que, por el contrario, a las mujeres no porque «un orangután con medias de seda no merecería más que el fusilamien­to».

Buenas experienci­as

Sobre el mundo femenino le preguntaba también Blanca Silverita-Armesto, en 1932, para «Crónica», y reconocía Jardiel que las mujeres con las que se había tropezado en la vida «se han portado bien conmigo». Aseguraba que el tipo de «mujer fatal» lo inventaron los escritores para «darle interés a los relatos; pero todas, en general, son unas infelices». «¿Infelices?», puntualiza­ba la entrevista­dora. «Sí, sí –respondía–. Están a medio hacer. El Supremo Hacedor las creó lo último y, sin duda por esto, no pudo acabarlas del todo. Prueba irrecusabl­e de lo que afirmo es que ellas procuran acabarse y rematan la obra incompleta de la Naturaleza pintándose, maquillánd­ose, ondulándos­e y comprándos­e zapatos de tacón alto. Y ese defecto de construcci­ón se extiende también a su alma; y así, la falta de corazón la suplen, en exceso, con el instinto. Por eso en ellas no hay maldad reflexiva, ni bondad reflexiva; por eso en ellas todo es impulsivo, arrollador, absorbente y tan “natural” que, a fuerza de serlo, a veces parece absurdo», cerraba un autor al que, condenado por sus palabras, siempre le ha perseguido la sombra de la misoginia.

Más le gustaban los perros al autor de «Eloísa está debajo de un almendro» (1940). «Los adoro por espíritu de justicia: pues, mientras se evidencia que el perro, esa encantador­a bestia, es amigo del hombre, se evidencia también que el hombre, esa bestia estúpida, es enemigo del perro», explicaba a José Ruiz-Castillo en el 46.

Lejos de sus opiniones, Enrique Jardiel Poncela era de escribir en cafés, aunque no de participar en sus tertulias literarias. Eran «estériles» y, además, si no daba el do de pecho, «la gente se marcha defraudada». El escritor prefería ir a su ritmo. De hecho, esperaba «implantar la moda» de hacer despacho en uno de estos lugares, aunque su verdadero sueño era llevárselo a casa: «Claro que esto cuesta mucho dinero. Al menos, tal como yo imagino ese despacho. Me hace falta, por lo pronto, una mesa de mármol para mí. Y cerca, dos o tres mesas más, donde unos comparsas, convenient­emente retribuido­s, peguen puñetazos, jueguen violentame­nte al dominó, hablen mal de los socialista­s y dediquen en voz alta madrigales encendidos a Perlita Greco; en fin, lo que se hace, generalmen­te, en los cafés. Yo estoy seguro de que en ese clima escribiría páginas inmortales».

Cuando Jardiel hizo estas últimas declaracio­nes estaba preparando la maleta para desembarca­r en Hollywood y hacer las Américas (1932). Un mundo, el del cine, que «en sí, no me interesa gran cosa». Fue un hombre de teatro, pero tenía la impresión de que cada día estaba más cerca de ser «un edificio en ruinas» en el que debía codearse con molestas compañías, y «no siempre son leales» bien por el empresario o por los actores. Incluso le molestaba no explayarse: «Es absurdo no poder escribir ocho palabras más –quizá las fundamenta­les– porque el público tiene que irse a cenar a las nueve». Aun así, no creía en una crisis como tal. No se trataba de nada nuevo ni ex

«¿Las mujeres? El Supremo Hacedor no las pudo acabar y por eso ellas rematan la obra maquillánd­ose», confesó

clusivo de España, «es universal». La época de decadencia, para Jardiel, era duradera: «Para dar con el esplendor auténtico del teatro hay que remontarse al siglo XVI (...) Si existe [la crisis] debe ser tan vieja que ya se ha convertido en un tópico. Desde pequeño oigo lamentarse de la crisis teatral a cuantos viven del teatro».

Quemado con las tablas

Aunque su legado como dramaturgo pesará de por vida, en los años cuarenta, estaba muy quemado con las tablas. Derivó hacia la novela «por la imposibili­dad de estrenar, aun después de haber tenido éxitos brillantes como lo fue, por ejemplo, “Una noche de primavera sin sueño”», argumentab­a. Por eso soñaba con tomar las riendas del negocio. Mientras el autor «inventa, escribe, ensaya, monta, dirige, soporta todos los malos ratos... y cobra el 10 por ciento y se atrae sobre sí infinitos odios», el empresario era todo lo contrario, «sin inventar, ni escribir, ni ensayar, ni montar, ni dirigir, ni soportar malos ratos... cobra el 90 por ciento y se atrae sobre sí todas las simpatías».

Y poco le importaban las críticas: «Si me discuten, todo va bien. El día en que eso no suceda, cuando mis arranques literarios caigan en un ambiente de indiferenc­ia, es que estaré acabado. El hecho de que se me ladre es buena señal de que cabalgo. No sé si en raudo bridón o al trote de humilde borriquill­o, pero a la jineta siempre».

En definitiva, «El hada Curiosidad» muestra a un Jardiel Poncela abierto de par en par que lo mismo bromea con su lado egoísta que habla, a mediados del siglo XX, de que «la vida moderna es prisa», comentaba en una España de la que defendía que era un país siempre dispuesto a «asombrar de muy diferentes maneras al mundo». También aborda sus éxitos y fracasos: «Un marido de ida y vuelta», para bien; y «El cadáver del señor García», para mal.

Impulsado por su musa «blanca, menudita y redonda», la «Cafiaspiri­na», estaba «absolutame­nte seguro» de que su personal labor literaria persistirí­a con

éxito en el futuro, como así ha sido: «Primero, porque todas mis comedias han sido escritas “avanzadas de chispa”; justamente con vistas a su éxito futuro y la demostraci­ón de haberlo logrado se ve palpable en que hasta las estrenadas hace catorce o quince años resultan audaces cuando se reponen en la actualidad), y en segundo lugar, porque el interés que despiertan –más cada vez– en el extranjero es un sólido punto de arranque para esperar que esa labor literaria persista con éxito idéntico, o mayor que el actual, en el futuro», justificó.

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 ??  ?? Jardiel Poncela (1901-1952) fue un intelectua­l fundamenta­l de la primera mitad del siglo XX
Jardiel Poncela (1901-1952) fue un intelectua­l fundamenta­l de la primera mitad del siglo XX

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