La Razón (Madrid)

¿Cómo sobreviven los gorriones a la ola de frío?

Estas pequeñas aves desarrolla­n las estrategia­s adecuadas para soportar temperatur­as bajo cero

- Daniel Gómez-

Estos días de nieve y frío están siendo complicado­s para los humanos, pero también para el resto de animales. Muchas especies desarrolla­n estrategia­s para adaptarse al frío y mantener su calor corporal, incluso los gorriones que vemos en nuestra ciudad. ¿Cómo lo hacen para aguantar esta ola de frío? Las aves tienen un cuerpo adaptado para volar, con huesos prácticame­nte huecos, y una alimentaci­ón muy ligera. Pero volar implica necesariam­ente adaptarse al frío. A mayor altitud, menor temperatur­a, por lo que muchas aves pueden regular la suya propia para mantenerse calientes a cualquier altitud.

Esta regulación térmica es especialme­nte importante en aves pequeñas, como los gorriones. Su reducido tamaño hace que pierdan calor rápidament­e, algo que contrarres­tan con una temperatur­a corporal elevada y adaptacion­es fisiológic­as y de comportami­ento. Un gorrión puede tener una temperatur­a corporal media de cuarenta grados centígrado­s, cambiando según su edad y la época del año. Una de las adaptacion­es térmicas más visibles son las plumas. Entre los pelos de estas se generan huecos de aire estancos que actúan como un aislante térmico. Al ser pequeños huecos de aire, mantienen mejor el calor. De hecho, nosotros mismos aprovecham­os este efecto al usar un edredón o un abrigo de plumas. Muchas aves generan en otoño plumón adicional, aumentando el grosor del plumaje y su aislamient­o térmico. Además, pueden hincharse y separar las plumas entre sí, aumentando los huecos de aire y su tamaño. Por eso, si nos fijamos en cualquier ave durante el invierno, notaremos que está hinchada. Lleva su abrigo natural, perfectame­nte acolchado para el frío.

Pero no todo el cuerpo está igual de aislado, las patas siguen a la intemperie. Normalment­e las aves prefieren conservar el calor tumbadas o sobre un pie para así mantener las patas pegadas al cuerpo, pero no siempre es posible. Por ello, estas tienen sus propias adaptacion­es climáticas.

A contracorr­iente

Así, las patas de las aves son especialme­nte resistente­s al frío. Las escamas externas las protegen del viento helado, como los corredores cuando se ponen mallas ajustadas. Además, la circulació­n sanguínea en las patas es diferente a la del resto del cuerpo. Son capaces de reducir la circulació­n en las mismas, haciendo que se enfríen de manera independie­nte sin afectar al calor corporal.

Esta adaptación de la circulació­n sanguínea es una versión más especializ­ada que nuestro propio sistema de regulación térmica. En presencia del frío, la sangre circula por el interior de nuestro cuerpo y se aleja de las extremidad­es, más difíciles de calentar. Por eso dejamos de sentir brazos y piernas durante la hipotermia, ya que este mecanismo fisiológic­o prefiere sacrificar las extremidad­es a cambio de mantener el torso caliente y funcional.En las aves, la circulació­n aislada les permite evitar que deban elegir entre las extremidad­es o el torso. Sus patas pueden enfriarse y posarse en lugares fríos sin llegar a sentir dolor ni poner en peligro su vida. También las aves comparten otro mecanismo de control de temperatur­a con los humanos: la capacidad para tiritar. Este temblor mueve los músculos del cuerpo y lo mantiene caliente, evitando que la temperatur­a corporal baje demasiado. El problema de esta estrategia es que consume energía, haciendo que los animales que lo usan necesiten más alimento durante las épocas de frío. Por eso, los comederos para aves se llenan durante las horas previas al frío, atiborránd­ose de comida para conseguir la máxima energía posible y luego quemarla mientras tiritan.

Por supuesto, toda adaptación será inútil sin el refugio adecuado. El hueco de los troncos o, en el caso de Madrid, los huecos entre las ramas de árboles caídos, suelen estar muy solicitado­s en esta ola de frío. En ellos se hacinan aves como palomas y gorriones, muy pegados entre ellos para darse el máximo calor posible. Si incluso este sistema no funciona y tiritar no es suficiente, muchas aves pequeñas aprovechan el mecanismo definitivo: entrar en letargo. Son capaces de ralentizar el metabolism­o, necesitand­o menos energía y permitiénd­ole vivir con una temperatur­a corporal más baja. Un gorrión en letargo baja su temperatur­a corporal hasta diez grados centígrado­s, logrando así una mejor adaptación.

El problema de la hibernació­n es su precio. Mientras un ave está en letargo no es capaz de responder a los peligros del exterior. Si le ataca un depredador es un blanco fácil, del que no podrá escapar ni volando. Por eso es difícil ver un ave hibernando, ya que siempre buscan los mejores refugios y lo hacen en las noches más frías. Aunque sepan combatir las bajas temperatur­as, a las aves nunca les viene mal una ayuda humana. Poner en la ventana un poco de agua y algo de comida, como semillas o pan, les ayudará a repostar y prepararse contra las inclemenci­as del tiempo. Y en caso de vivir en zona de montaña, fabricar una caseta para pájaros puede ser una buena actividad para realizar con niños. Con esta ola de frío, seguro que permanecer­á ocupada durante unas cuantas semanas.

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DREAMSTIME Los gorriones disponen de un plumón que les permite mantener su temperatur­a corporal en condicione­s extremas

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