¿Cómo sobreviven los gorriones a la ola de frío?
Estas pequeñas aves desarrollan las estrategias adecuadas para soportar temperaturas bajo cero
Estos días de nieve y frío están siendo complicados para los humanos, pero también para el resto de animales. Muchas especies desarrollan estrategias para adaptarse al frío y mantener su calor corporal, incluso los gorriones que vemos en nuestra ciudad. ¿Cómo lo hacen para aguantar esta ola de frío? Las aves tienen un cuerpo adaptado para volar, con huesos prácticamente huecos, y una alimentación muy ligera. Pero volar implica necesariamente adaptarse al frío. A mayor altitud, menor temperatura, por lo que muchas aves pueden regular la suya propia para mantenerse calientes a cualquier altitud.
Esta regulación térmica es especialmente importante en aves pequeñas, como los gorriones. Su reducido tamaño hace que pierdan calor rápidamente, algo que contrarrestan con una temperatura corporal elevada y adaptaciones fisiológicas y de comportamiento. Un gorrión puede tener una temperatura corporal media de cuarenta grados centígrados, cambiando según su edad y la época del año. Una de las adaptaciones térmicas más visibles son las plumas. Entre los pelos de estas se generan huecos de aire estancos que actúan como un aislante térmico. Al ser pequeños huecos de aire, mantienen mejor el calor. De hecho, nosotros mismos aprovechamos este efecto al usar un edredón o un abrigo de plumas. Muchas aves generan en otoño plumón adicional, aumentando el grosor del plumaje y su aislamiento térmico. Además, pueden hincharse y separar las plumas entre sí, aumentando los huecos de aire y su tamaño. Por eso, si nos fijamos en cualquier ave durante el invierno, notaremos que está hinchada. Lleva su abrigo natural, perfectamente acolchado para el frío.
Pero no todo el cuerpo está igual de aislado, las patas siguen a la intemperie. Normalmente las aves prefieren conservar el calor tumbadas o sobre un pie para así mantener las patas pegadas al cuerpo, pero no siempre es posible. Por ello, estas tienen sus propias adaptaciones climáticas.
A contracorriente
Así, las patas de las aves son especialmente resistentes al frío. Las escamas externas las protegen del viento helado, como los corredores cuando se ponen mallas ajustadas. Además, la circulación sanguínea en las patas es diferente a la del resto del cuerpo. Son capaces de reducir la circulación en las mismas, haciendo que se enfríen de manera independiente sin afectar al calor corporal.
Esta adaptación de la circulación sanguínea es una versión más especializada que nuestro propio sistema de regulación térmica. En presencia del frío, la sangre circula por el interior de nuestro cuerpo y se aleja de las extremidades, más difíciles de calentar. Por eso dejamos de sentir brazos y piernas durante la hipotermia, ya que este mecanismo fisiológico prefiere sacrificar las extremidades a cambio de mantener el torso caliente y funcional.En las aves, la circulación aislada les permite evitar que deban elegir entre las extremidades o el torso. Sus patas pueden enfriarse y posarse en lugares fríos sin llegar a sentir dolor ni poner en peligro su vida. También las aves comparten otro mecanismo de control de temperatura con los humanos: la capacidad para tiritar. Este temblor mueve los músculos del cuerpo y lo mantiene caliente, evitando que la temperatura corporal baje demasiado. El problema de esta estrategia es que consume energía, haciendo que los animales que lo usan necesiten más alimento durante las épocas de frío. Por eso, los comederos para aves se llenan durante las horas previas al frío, atiborrándose de comida para conseguir la máxima energía posible y luego quemarla mientras tiritan.
Por supuesto, toda adaptación será inútil sin el refugio adecuado. El hueco de los troncos o, en el caso de Madrid, los huecos entre las ramas de árboles caídos, suelen estar muy solicitados en esta ola de frío. En ellos se hacinan aves como palomas y gorriones, muy pegados entre ellos para darse el máximo calor posible. Si incluso este sistema no funciona y tiritar no es suficiente, muchas aves pequeñas aprovechan el mecanismo definitivo: entrar en letargo. Son capaces de ralentizar el metabolismo, necesitando menos energía y permitiéndole vivir con una temperatura corporal más baja. Un gorrión en letargo baja su temperatura corporal hasta diez grados centígrados, logrando así una mejor adaptación.
El problema de la hibernación es su precio. Mientras un ave está en letargo no es capaz de responder a los peligros del exterior. Si le ataca un depredador es un blanco fácil, del que no podrá escapar ni volando. Por eso es difícil ver un ave hibernando, ya que siempre buscan los mejores refugios y lo hacen en las noches más frías. Aunque sepan combatir las bajas temperaturas, a las aves nunca les viene mal una ayuda humana. Poner en la ventana un poco de agua y algo de comida, como semillas o pan, les ayudará a repostar y prepararse contra las inclemencias del tiempo. Y en caso de vivir en zona de montaña, fabricar una caseta para pájaros puede ser una buena actividad para realizar con niños. Con esta ola de frío, seguro que permanecerá ocupada durante unas cuantas semanas.