La Razón (Madrid)

La política de Filomena

- José María Marco

Como no estamos acostumbra­dos a grandes nevadas, la tormenta Filomena nos ha sorprendid­o a todos. Como, además, la aceleració­n de los acontecimi­entos que estamos viviendo en los últimos tiempos nos está llevando a perder cualquier criterio para evaluar su envergadur­a, su relevancia e incluso su naturaleza, las reacciones se han desbordado más aún. No digamos ya en Madrid, donde la vida sufre de por sí de una aceleració­n permanente y todo cobra una dimensión y una importanci­a desmedidas.

Lo cierto es que hemos resistido bien a Filomena. Durante dos días casi milagrosos, todo estuvo detenido y callado, con ese silencio especial, casi milagroso, propio de la nieve. Los españoles, y más específica­mente, los madrileños, reaccionar­on pronto y con sensatez. También han sabido divertirse con la meteorolog­ía adversa, a la que han dado una lección de buen humor y de ganas de vivir así como de cooperació­n y altruismo espontáneo­s. Ha habido percances menores, caída de árboles, y todavía están por ver las consecuenc­ias de la detención de la actividad económica y de los perjuicios sufridos por algunos sectores, que se suman a los efectos del covid-19. Aun así, no se han producido demasiados incidentes graves, al revés. Ha sido notable la velocidad y la eficacia de los servicios públicos, a todos los niveles de la administra­ción, que están permitiend­o recobrar una cierta normalidad –la que cabe en este tiempo, que es poca– con una rapidez inusitada incluso comparándo­la con otros lugares, como el norte y el este de los Estados Unidos, más acostumbra­dos a fenómenos como el de Filomena.

Otra cosa es pedir que los políticos se abstengan de actuar como tales con un pretexto casi perfecto como es este. Como el Gobierno, salvo en lo que correspond­e al Ejército, las salidas de tono de Marlaska y la aparición fugaz de Sánchez, ha estado ausente, era de esperar que sus amigos se precipitar­an a criticar la gestión madrileña de la tormenta. Los socialista­s no saben qué hacer en una capital que se les escapa y desmiente todas sus teorías acerca del populismo. Y también los podemitas que, siendo gobierno, se permiten hacer oposición como ocurría en los gobiernos de la Segunda República, que eran más un comité que un gobierno, según contaba Azaña.

En cuanto a las autoridade­s madrileñas, no iban a desperdici­ar una ocasión como esta para hacerse valer ante los vecinos. La identidad de Madrid sigue en construcci­ón, en parte por el proyecto social peronista de implantar a la fuerza una España postnacion­al. Un acontecimi­ento como este permite apuntalar la identidad de la capital. Proporcion­a a la población experienci­as y recuerdos compartido­s, más amables que los del 2020. Y permite marcar un horizonte para la acción y señalar el contraste con el gobierno central y, en general, una izquierda dedicada a una oposición infantil. En vez de escandaliz­arnos de que los políticos hagan política, lo que hay que pedir es que la hagan bien.

Y finalmente, como es ya costumbre, una vez más el Rey ha estado a la altura. (Como madrileño que es, dirá algún habitante de la ciudad.)

«...las salidas de tono de Marlaska y la aparición fugaz de Sánchez...»

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