La Razón (Madrid)

Voluntaria­do

- Juan Ramón Rallo

Martínez-Almeida y Díaz Ayuso pidieron ayuda a los madrileños para despejar la nieve de los portales de su vivienda: una llamada a la colaboraci­ón ciudadana que sin embargo fue recibida con desdén por amplios colectivos de la izquierda para quienes la nieve debería haber sido retirada por los servicios públicos. El mensaje ciertament­e contrasta con algunas de las ideas que más gusta repetir a la izquierda: por ejemplo, que hemos de revitaliza­r el sentimient­o asociativo dentro de nuestras comunidade­s o que hemos de reemplazar la búsqueda del lucro por el voluntaria­do. Pero hay una explicació­n sencilla para esta aparente contradicc­ión: la práctica totalidad de la izquierda patria es una izquierda profundame­nte estatista y todo su programa ideológico tiene como propósito último agrandar el tamaño del Estado y de su burocracia. O dicho de otra forma, cuando la izquierda patria apela a la comunidad o al voluntaria­do, no lo hace porque desee promover sistemas de autoorgani­zación social en los que el sector público resulte prescindib­le, sino porque considera que ese tipo de mensajes facilitan la legitimaci­ón del

«Sólo allí donde no llegue ni la empresa ni el voluntaria­do debería meterse el Estado»

intervenci­onismo estatal. Así, cuando la alternativ­a se plantea en términos dicotómico­s entre mercados y voluntaria­do, la izquierda claramente apostará por el segundo como forma de marginar a los primeros. Pero cuando, como en el caso de la nevada, la alternativ­a se plantea entre burocracia estatal y voluntaria­do, esa misma izquierda abrazará fanáticame­nte la primera opción. En realidad, mercado, tejido comunitari­o y Estado no deberían ser vistos como institucio­nes incompatib­les: según el ámbito en el que nos movamos, una puede ser preferible a las otras (por ejemplo, tiene más sentido que cada vecino se encargue de despejar la nieve de su portal que crear un ejército de funcionari­os para hacer frente a muy ocasionale­s nevadas). Eso sí, dentro de la tradición de pensamient­o liberal, el Estado siempre tendrá un carácter subsidiari­o frente al mercado y el tejido comunitari­o: sólo allí donde no llegue ni la empresa ni el voluntaria­do debería meterse el Estado. Principio absoluto de subsidiari­dad porque el Estado, a diferencia del mercado o la comunidad, se fundamenta en la coacción: y menos coacción es preferible a más coacción.

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