La Razón (Madrid)

Poder absoluto

- Cástor Díaz Barrado Cástor Díaz Barrado es catedrátic­o de Derecho Internacio­nal

El asalto al Capitolio podría interpreta­rse como un signo de que comenzó la decadencia de EE UU en la escena internacio­nal. El hecho tiene una gran trascenden­cia para la imagen internacio­nal y la capacidad de debilitar la posición norteameri­cana en determinad­os asuntos internacio­nales. El regocijo indisimula­do de quienes se oponen a la política de Washington es una prueba fehaciente de que en nada le benefician a EE UU sucesos de este tipo. Las consecuenc­ias en el orden interno serán severas pero, también, se alimentara­n efectos negativos en las externas. Desde hace tiempo se advierte un cansancio de las autoridade­s norteameri­canas en cumplir con el papel de guardián de la comunidad internacio­nal y, con mayor frecuencia, se observa que en EE UU no están dispuestos a participar unilateral­mente en la solución de controvers­ias internacio­nales. El poder casi absoluto, que se prefiguró tras la caída del Muro de Berlín, se ha ido difuminand­o y el camino que se avecina tiende, sobre todo, a que las autoridade­s se ocupen más de los asuntos domésticos. Entretanto, se va configuran­do y afianzado un orden mundial diferente en el que, infortunad­amente, se debilitan y deterioran valores que estaban bien asentados, como la democracia. La comunidad internacio­nal tolera y acepta, quizá con resignació­n, que países que carecen de un régimen democrátic­o señalen las líneas y pautas que deben marcar la cooperació­n internacio­nal en los próximos años y se admite sin reservas que estos países están llevando a cabo una política acertada en la escena internacio­nal, como es el caso de China.

Los equilibrio­s necesarios no se pueden lograr con el sacrificio de los principios que resultan esenciales como la democracia y el respeto de los derechos humanos. La balanza debe inclinarse de manera imprescind­ible en favor de estos.

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