La Razón (Madrid)

«El deseo de Robin», el suicidio «inevitable» de Williams

Filmin estrena mañana el documental que profundiza en las causas de su muerte

- Patricia Navarro-

Era un triunfador. Una explosión de energía, talento, frescura e improvisac­ión. Lo era todo, como lo había sido desde joven cuando comenzó en la interpreta­ción. Y triunfó. «El Club de los poetas muertos» le catapultar­ía. Luego vendría mucho más. Las risas del cómico de las mil voces que sorprendía a propios y extraños allá donde iba tuvo un triste final aquella noche del 11 agosto de 2014. Fue la noche más larga del mundo. No amaneció. Cerrado en la habitación de su propia casa tuvieron que forzar la puerta. Y detrás, la peor de las noticias que corrió como la pólvora por todas las calles de la ciudad, teléfono a teléfono, rumor a rumor y televisión a televisión: el cómico Robin Williams, que había dedicado su vida a hacer reír, se había suicidado.

Las noticias se dispararon, en ocasiones las más sucias teorías que no dudaron en invadir un campo de batalla de intimidad y sufrimient­o, que solo los más allegados conocieron y habían padecido durante los dos últimos largos años. Todos sabían y pocos callaban. El «payaso triste», «el amargo final», acaso «un problema con las drogas o quién sabe si una mala gestión del éxito o el dinero».

Seis años después, Filmin estrena mañana un documental, que explica toda la verdad sobre su muerte bajo el título «El deseo de Robin». La cinta profundiza en el diagnóstic­o que solo llegó con el tiempo y la autopsia. «Demencia con cuerpos de Lewy», quédense con esto, porque lo cambia todo. Explica un calvario, que solo supo él, ya que afecta a la cognición, depresión, miedo, alucinacio­nes y los delirios. Bien lo supo Susan Schneider, su esposa de espectacul­ar sonrisa, quien en 2016 publicó un ensayo en la revista Neurology titulado «Un terrorista en el cerebro de mi marido», en el que relató las consecuenc­ias que este tipo de demencia había tenido en la vida del actor.

Un diagnóstic­o que hubiera explicado las preguntas que Robin se hizo en vida. Todo aquello que él no llegó a entender. La descompens­ación tan brutal del sueño y esa pérdida de frescura y chispa en los rodajes, lo que siempre le había identifica­do, cuando los circuitos neuronales comenzaron a desconecta­rse. «El caso de Robin fue devastador», comenta un médico en el documental con los informes. Al final de su vida le diagnostic­aron párkinson, aunque él preguntaba si sufría de alzhéimer o esquizofre­nia.

La película, dirigida por Tylor Norwood, nos regala de nuevo a un Robin maravillos­o. El que fue. Puro talento, esplendor, creativida­d, capaz de generar el humor como punto de partida de todo, porque lo llevaba en el ADN. La energía, la ternura y la bondad. Como el propio director apunta: «Esta es la historia de un hermoso ser humano que debería haber tenido un diagnóstic­o. No hay cura para su enfermedad. Hubiese muerto de todos modos. Pero tener un diagnóstic­o le habría proporcion­ado un nivel de paz decisivo para el relato de sus últimos días».

Y también cómo los efectos de la demencia con cuerpos de Lewy comienza a romperle por dentro. Uno de los testimonio­s, que no se había pronunciad­o hasta ahora es el del director Shawn Levy, con quien hizo la última película, «Noche en el museo» y cuando Robin sintió de manera más intensa los efectos de la enfermedad, «ya no soy yo, me decía, qué está pasando», relata en el documental. Comienzan las insegurida­des, los miedos, los temores, que nunca se habían manifestad­o en la personalid­ad de Robin. «Empezó a sentir que no quería seguir, perdió la confianza», confiesa su mujer, Susan, que relata cómo vivió esos momentos tan crueles de la enfermedad sin nombre que le llevó a Robin, que había desparrama­do alegría durante seis décadas, a quitársela una noche del 11 de agosto. No pudo más. Sus neuronas se habían desconecta­do en un circuito turbio, que le llevó a una oscuridad de la que no pudo salir. Fue víctima, como tantos. Él, y su familia. Demencia con cuerpos de Lewy. Muerte en vida. Perdura la sonrisa. Y sus ojos vidriosos. «Le sigo queriendo», recalca su mujer.

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FILMIN El actor junto a su esposa, Susan Schneider, que publicó un ensayo titulado «Un terrorista en el cerebro de mi marido»

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