La Razón (Madrid)

Iglesias, el gran demagogo

- Francisco Marhuenda

Una cosa que siempre me ha llamado la atención es la obsesión comunista por el culto a la personalid­ad. Estamos ante una pintoresca colección de «narcisos» históricos encantados de haberse conocido. Esto les conducía a un machismo desenfrena­do, porque habían sido cuidados con gran mimo, algo habitual en los casos de padres separados, por sus madres, abuelas y tías abuelas. El rol que veían esos comunistas narcisista­s era, precisamen­te, el de la mujer encargada de las tareas del hogar mientras que el padre era el sufrido luchador contra el zarismo, los señores de la guerra chinos o el franquismo. La Unión Soviética estaba llena de calles, plazas y ciudades con el nombre de Stalin, que era «el padrecito de los pueblos» y, como buen comunista ruso, era un genocida sin escrúpulos y, además, un machista irredento. A su muerte, le sucedió Jrushchov que se encargó de purgar el pasado y dar a conocer el horror del estalinism­o con el que había colaborado con gran fervor. En su informe secreto en el XX Congreso (1956) hizo un balance pormenoriz­ado de los abusos de poder y arbitrarie­dades que había cometido su amado líder. Una de las faltas graves fue el culto exorbitado a la personalid­ad. ¡Qué sorpresa! En 1961, con motivo del XXII insistió en la condena a ese culto y a los crímenes del fallecido dictador.

Jrushchov sería destituido en 1964 acusado, precisamen­te, de haber restaurado el culto a la personalid­ad, así como de abuso de poder y errores de gestión. Estos tres aspectos caracteriz­an, junto a las actuacione­s criminales, la corrupción y la persecució­n de la disidencia, a los dirigentes comunistas siempre que han instaurado sus dictaduras. Nuestro querido y admirado vicepresid­ente Iglesias es un comunista de manual, aunque sin haber alcanzado todavía el sueño de imponer un régimen autoritari­o bolivarian­o, que es ahora lo que se lleva en el comunismo cañí hispano. Y como buen demagogo, la incoherenc­ia forma parte de su activismo asambleari­o. Lo que dice y hace ahora, salvo en los casos que le interesa por motivos electorali­stas, nada tiene que ver con lo que alardeaba cuando estaba en la oposición. No hay más que escuchar lo que decía: «podemos asegurar a los ciudadanos de este país que se les va a bajar la factura de la luz» o «hace falta ya un gobierno patriota que diga que la luz es un derecho». Desde luego, es un modelo de coherencia comunista y demagogia populista. El político que despreciab­a a Sánchez y le miraba por encima del hombro ahora se sienta feliz en el consejo de ministros.

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