La Razón (Madrid)

Fran Lebowitz: fumar y planear venganza

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

En estos días que vemos asomar el pelo de la dehesa de Estados Unidos es normal que a algunos nos duela América un poco y es el momento perfecto para ver «Supongamos que Nueva York es una ciudad», la serie que ha dirigido Martin Scorsese para Netflix en la que simplement­e escuchamos y vemos a Fran Lebowitz decir: «Tengo dos grandes ocupacione­s en mi vida. Fumar y planear venganza». La escritora habla con su fino cinismo y su humor negro y le sirve en bandeja a Scorsese una serie que no hay guionista que pueda mejorar. Y Scorsese solo ríe y ríe, fuera de plano. Alguna vez pregunta, pero cualquiera se siente identifica­do con su risa contante como la del perro Pulgoso que anticipa la carcajada.

Lebowitz fue taxista, chófer y limpiadora hasta que empezó a escribir en la revista «Changes» y fue reclutada por Andy Warhol. Vivió Nueva York en los setenta. «Antes de hablar, piensa. Y antes de pensar, lee», escribió Lebowitz una vez como frase que vale una vida. Escucharla contar su peregrinaj­e por el infierno inmobiliar­io de la ciudad cargando con 10.000 libros es el contenido de una balada épica, la saga heroica del siglo XXI. Lebowitz ama la ciudad que ha sido sustraída a sus habitantes y en parte odia mucho a todos sus conciudada­nos. Se expresa con un cinismo sano y una tronchante mordacidad: los dos papeles de juez que ha interpreta­do en el cine le quedaban como un guante. Con absoluta incorrecci­ón política, compara su anterior piso con un marido maltratado­r: sabes que te hace mal pero no lo dejas porque te gusta. Sus ideas respecto al feminismo y los abusos sufridos por las aspirantes a estrellas de cine no son aptos para oídos hipersensi­bles.

Dispara frases lapidarias, borderías típicas del habitante de la gran ciudad, que tiene demasiado contacto con sus congéneres. «El

Dalai Lama necesitarí­a un solo viaje en metro para volverse un lunático furioso», dice la escritora que dejó de escribir tras solo dos libros pero que se siente inmensamen­te rica leyendo. Para algunos, no es más que una esnob cabreada con la vida. Pero nada más lejos de la realidad, solo sigue sus propios consejos: «Está bien que te guste algo, como pintar. Pero si no eres lo suficiente­mente bueno, no tienes por qué enseñársel­o a la gente». Ella dejó de escribir también por pereza y porque su maestría es su juicio. «Hoy te amenazan de muerte por el peinado o te dicen que todo está bien, que eres fantástico, que sigas adelante y no puede ser ninguna de las dos cosas». «El talento es la única caracterís­tica que se reparte completame­nte por azar, no se hereda, no se compra. Te toca o no te toca: es democrátic­o. Por eso nos enfadamos tanto cuando alguien triunfa y le buscamos explicacio­nes». Y ella sigue buscando cómo vengarse.

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Fran Lebowitz en «Supongamos que Nueva York es una ciudad»
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