La Razón (Madrid)

Madrid, a merced del cálculo político

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«Sólo desde el feo partidismo se entiende la reticencia del Gobierno con los madrileños»

NoNo nos ha ahorrado, precisamen­te, la madre naturaleza los más graves trastornos en los últimos años, ya sea en forma de lluvias torrencial­es, incendios forestales, sequías y temporales costeros. En algunos casos, como sucedió con las inundacion­es en Murcia y la Comunidad Valenciana provocadas por gota fría en septiembre de 2019, las más intensas en los últimos 140 años, el Gobierno procedió a declarar «zona gravemente afectada por una emergencia de protección civil», la vieja figura de «zona catastrófi­ca», cuatro días después del paso de la citada depresión. En otros 23 casos, desde 2015, el Consejo de Ministros tomó las decisiones en un lapso de tiempo inferior a una semana, y en otros 14 casos, lo hizo en menos de 12 días. Es cierto, no hay que ocultarlo, que otras catástrofe­s, más localizada­s territoria­lmente, se han evaluado con más demora –hasta 155 días para reconocer los daños por la granizada de julio de 2017 en Badajoz–, pero son excepción. Lo normal es que las grandes afecciones naturales, las que causan los mayores daños y más extensos, reciban la rápida atención del Ejecutivo. Al menos, así era mientras gobernaba el Partido Popular. En este sentido, no parece que haya mucha discusión sobre el hecho de que la tormenta «Filomena» y la ola de frío que la ha sucedido pueden considerar­se como un fenómeno natural absolutame­nte extraordin­ario, que ha afectado a una parte considerab­le del centro y este peninsular­es, con consecuenc­ias que si en el plano personal no han sido más graves hay que atribuir a la Providenci­a, a la buena actuación de todos los servicios de emergencia, con millares de hombres y mujeres trabajando a triple turno durante setenta y dos horas, y al buen comportami­ento general de la ciudadanía, que siguió las recomendac­iones de las autoridade­s. Pero, en el plano material, los daños son inmensos, difícilmen­te cuantifica­bles si se incluyen los llamados costes de oportunida­d, produciend­o un quebranto económico que cae fundamenta­lmente sobre las arcas municipale­s, sí, pero, también, sobre las maltrechas economías de empresas y trabajador­es, ya golpeadas por la pandemia. De ahí, que nadie en su sano juicio entienda las reticencia­s del actual Gobierno a atender la solicitud de «zona de emergencia» hecha por el Ayuntamien­to de Madrid. Sólo desde un cálculo político, de corte partidista, puede apuntarse una explicació­n. Ni siquiera la disparidad de criterio en la evaluación pormenoriz­ada de los daños, que correspond­e a un proceso posterior, justificar­ía, como se insinúa desde la propaganda gubernamen­tal, que el más inmediato Consejo de Ministros no aprobara la debida declaració­n de emergencia. No es una panacea, sin duda, pero, cuando menos, se trata de un instrument­o que alivia las graves cargas que el temporal nos ha dejado.

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