Otra vez la rampa
Asaltar el Capitolio ha sido la última novedad del verdadero mundo «outsider» contemporáneo. La entrada de los vándalos en el templo de la democracia norteamericana dejará una huella mayor en la Historia, como otros tantos asaltos y tomas, que la laxa legislatura de Trump en la Casa Blanca. En puridad, ¿qué ha hecho este hombre más allá de lanzar bravuconadas? Los totalitarismos necesitan una puerta y un ariete para dotarse de la autoridad que los hechos y la realidad no les otorgan. Desde la Bastilla hasta el Cuartel de Moncada, pasando por el Palacio de Invierno. Hay que reventar las instituciones para imponer las propias, así está escrito con letras de oro en el manual del autoritario sin que encontremos recambio a este ejemplo de soberana memez humana. Sin alternativas, Iglesias, reconducido guerrillero televisivo y ahora vicepresidente de la coalición (I Año Mortal), entiende que para machacar las instituciones se necesita un mecanismo más sutil. Querer llevar al Parlamento las supuestas prácticas irregulares de Don Juan Carlos, pese a que ya se investigan en el Supremo, resulta una ruptura del pacto constitucional de proporciones similares al asalto al Capitolio. Le guste o no, la Corona supone, hasta el momento, el principal sostén de la democracia. Sistema que, paradojas de la vida, permite participar de la vida política a partidos cuyo fin es acabar con el sistema. En Venezuela o Cuba no se estila. La cuestión es más profunda, lo que anima a Iglesias no es más que el español sentido de revancha que anida en Podemos. Al tratar de llevar al Parlamento a los beneficiarios de las polémicas tarjetas se quieren repetir los «juicios populares» que tanto han avergonzado a la Humanidad en los últimos 200 años y no hace falta volver al cadalso ni a María Antonieta. A la Infanta Cristina se le quiso imponer la pena de la «rampa» en el juzgado de Palma para contentar a la plebe. De eso hablamos ahora.