QUE EL 2021 NO PINTA NI BLANCO NI NEGRO
UnUn camino de luces y sombras, colmado de placeres y angustias, trazado con giros y bucles entre el bien y el mal. Según la tradición taoísta, vivir es algo así como el arte de sostenerse en pie en el choque de fuerzas opuestas, el poder de mantener el equilibrio pese a los embistes de un mundo dividido en dos, de un mundo pensado en blanco y negro. Aquí, sin embargo, solemos encontrar en esa dualidad de energías una solución más sencilla que la de la ecuación filosófica china: vivir es aceptar que todo es gris.
Hace ya más de una semana, Madrid amanecía más clara que nunca, convertida en una enorme piscina de hielo bajo la que quedaron sepultadas todas las malas noticias tras un año sin nieves ni bienes. Rescatadas de algún rincón olvidado en los armarios y trasteros, las botas de montañas y los trajes térmicos inundaron las calles congeladas de despreocupación y jolgorio. Como en una extensión de las fiestas, el temporal nos concedió el regalo del olvido y los esquís y los trineos lograron hacerse con las carreteras y silenciar el ruido.
Pero pronto llegaron los atascos, el desabastecimiento, los aislamientos, el frío. De la noche a la mañana, donde había estampas de postal empezaron a brotar las otras caras de la realidad: los coches abandonados, las urgencias de traumatología saturadas, los comercios otra vez cerrados y la factura de la luz hinchada.
Durante unos días, la capital se dejó deslumbrar por la claridad de una nevada histórica sobre la que ahora vuelve a levantarse la conocida «boina» de Madrid, tan sucia y opaca por la combustión de las calderas como en los días de mayor tráfico en la ciudad, dejando una estampa que bien podría servir para ilustrar eso del yin y el yang. Pero «Filomena» se ha ido, y con ella, el blanco se derrite y desvanece bajo el negro que, por el momento, se queda. Por suerte o por desgracia, aquí vivir no es ni blanco ni negro, ni bueno ni malo, porque aquí existir es más bien de color gris.
Diez días después, la huella blanca de «Filomena» se derrite bajo la «boina» negra de contaminación