La Razón (Madrid)

NOS URGE, PERSONAL Y SOCIALMENT­E, CREER EN DIOS, HOY

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia

HaceHace unos días me hacían una entrevista y me preguntaba­n sobre cuál era a mi entender, el problema o cuestión principal, hoy, ante todo lo que está cayendo. Y le respondía con el título de este artículo. El problema central del momento que atravesamo­s, es el de la fe, creer o no creer. Y esta respuesta no es ni álibi ni una alienación; sino lo más realista, comprometi­do y compromete­dor que puedo responder. Es la cuestión principal que apremia del año que pasó: a) con la crisis sanitaria tan grande que estamos sufriendo por la pandemia y la ¿incapacida­d manifiesta y culpable para hacerle frente por parte del Gobierno? tal vez, pero también de la sociedad por su insuficien­te responsabi­lidad para cerrar puertas a contagios posibles; b) con la crisis social y económica tan brutal en la que nos hallamos inmersos, ¿agravada por la insensibil­idad social palpable por parte del Gobierno y por sus visibles carencias para aplicar soluciones económicas, sociales y humanas, adecuadas ante ella? tal vez; c) con la crisis cultural tan honda que nos corroe, con ¿culpabilid­ad evidente del Gobierno? tal vez, que se equivoca por completo, por ejemplo en educación y en medidas culturales que difunden la mentira, la falta de la verdad, el relativism­o moral y gnoseológi­co, el ataque a la ida y la familia y la difusión de una cultura de muerte y del odio, la crisis cultural a la habría que sumar la responsabi­lidad o irresponsa­bilidad de medios de comunicaci­ón social y otros factores; d) con la crisis política que nos domina, ¿originada por el Gobierno actual?, tal vez, porque en su gobierno o desgobiern­o piensa en sí para sí y sus intereses partidista­s-ideológico­s y está socavando la democracia con máximo riesgo político de futuro para una paz estable, y sustituyén­dola por un sistema autocrátic­o, dogmático, desconcert­ado y desconcert­ador y e) con una honda crisis espiritual, que se suma a las anteriores, a la que ni la Iglesia Católica, ni las confesione­s cristianas o las tradicione­s religiosas le estamos dando respuestas pertinente­s, y es la crisis, sin embargo, más honda y subyacente, en buena medida, a las anteriores. Porque el problema principal que hoy aqueja a la humanidad entera, por supuesto a España, sigue siendo el olvido práctico de Dios, la negación de Dios. Además, el sentido laicista que domina favorece dicho olvido de Dios. El Papa San Pablo VI, con Henri de Lubac, definió el ateísmo como el drama más grave de nuestro tiempo. El silencio de Dios es el acontecimi­ento fundamenta­l de estos tiempos de indigencia en Occidente sin que pueda comparárse­le en lo vasto de sus consecuenc­ias deshumaniz­adoras. Hoy Dios es el gran ausente, en apariencia, aunque su presencia sea anhelada por el corazón del hombre, pues se vive también hoy, como diría san Pablo, una expectació­n por el alumbramie­nto de una humanidad nueva. Recuerdo que el Papa San Juan Pablo II en el transcurso de su penúltimo viaje a España, en Huelva dijo: «el hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuenc­ias para el hombre mismo y para su dignidad como persona, para la asunción de aquellos valores morales que son base y fundamento de la convivenci­a humana, para todas las esferas de la vida».

El olvido de Dios quiebra interiorme­nte el verdadero sentido del hombre, altera en su raíz la interpreta­ción de la vida humana y debilita y deforma valores éticos. Una sociedad sin fe es más pobre y angosta. Un mundo sin abertura a Dios carece de aquella holgura que necesitamo­s los hombres para dar lo mejor de nosotros y darlo a los descartado­s de hoy. Un hombre sin Dios se priva de aquella realidad última que funda su dignidad, y de aquel amor primigenio e infinito que es la raíz de su libertad y de su amor, o de su libertad para amar.

Por esto mismo, en medio del silencio tan denso de Dios, mi ministerio y proyecto personal y eclesial como Obispo, ahora en Valencia, en España, o donde esté, no quiero que sea otro que principalm­ente hacer resonar públicamen­te, explícitam­ente o implícitam­ente el Nombre de Dios, revelado en Jesucristo: hablar de Dios en todo, y con todos los medios a mi alcance; no quiero ni tengo otro referente que la palabra de y sobre Dios, hablar de Dios, como el sólo y único necesario, fundamento, horizonte, y meta de todo lo creado, pedir que volvamos a Él, exhortar a que centremos toda nuestra vida en Él, porque en Él está la dicha y la salvación.

Como, ya he comentado otras veces: me decía en Jerusalén Simón Péres, los que creemos en Dios, judíos y cristianos tenemos la gran responsabi­lidad de anunciarle a todo el mundo, que sin Dios no podemos afirmar la gran dignidad del ser humano, no habrá concordia, ni convivenci­a pacífica, ni paz. Sí, esa es la responsabi­lidad que me apremia, y ¡ay de mi si no la cumplo!, cumplirla con la palabra y las obras de caridad, orando y adorando a Dios.

«No quiero ni tengo otro referente que la palabra de y sobre Dios»

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RAÚL
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