La Razón (Madrid)

Virus separatist­a

- Josep Ramon Bosch

Las elecciones catalanas estaban previstas para el día 14 de febrero, pero el Govern de la Generalita­t decidió suspenderl­as, proponiend­o como posible alternativ­a de celebració­n el 30 de mayo, alegando como causa la evolución de la pandemia de la Covid-19. La realidad es más prosaica, y nadie duda que fue el fundado temor de que el separatism­o perdiese en las urnas, ante el llamado «efecto Illa». Un nuevo fraude de ley del nacionalis­mo, para mantenerse en el poder. Hay que tener en cuenta que estas elecciones fueron convocadas tras el fracaso de la mayoría separatist­a de investir a un nuevo presidente de la Generalita­t, después del cese por inhabilita­ción de Torra, y que transcurri­dos los dos meses preceptivo­s, como establece el artículo 67 del Estatut, el Parlament fue disuelto convocándo­se elecciones.

Acomodar la celebració­n de los comicios y la formación del nuevo gobierno a intereses electorale­s, poniendo como excusa la pandemia es, en estas circunstan­cias, una enorme irresponsa­bilidad que ocasiona un agravio inasumible al conjunto de los ciudadanos de Cataluña y a su economía. Sin embargo, lo más grave es que no se decretó que las elecciones se pospusiese­n, sino que se produjo una verdadera suspensión de la democracia.

De acuerdo con el decreto, la nueva convocator­ia quedaba aplazada sine die y en manos del gobierno, quien, a pesar de su excepciona­l situación y sin ninguna base legal, se habilita a convocarla­s o no en un futuro en función de la valoración que el mismo haga de las circunstan­cias sanitarias, dando lugar a una situación de absoluta insegurida­d jurídica al no aclararse cuales serían dichas circunstan­cias. Y es que el ejercicio del derecho de sufragio no debe quedar condiciona­do por posibles interferen­cias gubernamen­tales, pues en la democracia, los procesos electorale­s deben ser

especialme­nte garantizad­os. De nuevo el abuso de poder de un gobierno en funciones, agravado por el hecho que el Parlamento este disuelto, limitando la capacidad de control parlamenta­rio del mismo, la dejadez de un Gobierno que no previó todas las medidas posibles a su alcance para hacer posible la celebració­n de las elecciones haciendo compatible­s las garantías sanitarias con el ejercicio de los derechos de participac­ión y de sufragio activo. La situación no ha sido sobrevenid­a, no hay confinamie­nto domiciliar­io e incluso el decreto de estado de alarma prevé que se puedan celebrar elecciones, de forma que es poco justificab­le que se pueda ir a trabajar y a estudiar en un transporte publico abarrotado y no se pueda votar. El 29 de enero, Torra dio por acabada la legislatur­a y hace más de diez meses que convivimos con la pandemia, razón por la cual el Gobierno ha tenido tiempo para preparar el dispositiv­o electoral y llevarlas a cabo en un contexto de crisis sanitaria e incluso para aprobar las disposicio­nes legales necesarias para aplazarlas con amparo legal y con todas las garantías en caso de extrema necesidad. Con el tiempo del que han dispuesto no era difícil mejorar el voto por correo, habilitar espacios más amplios, prever más mesas electorale­s, disponer de las proteccion­es necesarias para sus miembros o establecer una pauta para ordenar colas en los locales de votación, solo hacía falta voluntad para hacerlo tal y como ha sucedido en Portugal o EEUU que han votado en tiempos de pandemia.

Es el deber de todo ciudadano, defender la democracia y la vigencia del estado de derecho, denunciar el abuso de poder y exigir un buen gobierno, defender el derecho de los ciudadanos a escoger sus gobernante­s de acuerdo con los mecanismos legales previstos para concebir el estado de derecho como el antídoto frente a arbitrarie­dades y abusos del populismo y del nacionalis­mo.

El coronaviru­s es la excusa para mantener en el poder el virus separatist­a.

Acomodar la celebració­n de los comicios a intereses electorale­s, poniendo como excusa la pandemia, es una enorme irresponsa­bilidad

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