La Razón (Madrid)

Un personaje de la «Guerra Fría» muy real

Miftakhov trata de evitar ser «enviado a Siberia» envuelto en una trama de activistas rusos contra su gobierno

- Jaime Semprún

AmediadosA­mediados de diciembre del año «innombrabl­e» que tratamos de olvidar fallecía David John Cornwell, más conocido como John Le Carré, el autor maestro en las novelas de espías, no en vano, él mismo trabajó para el servicio de inteligenc­ia de Reino Unido hasta que la KGB desveló su identidad. Desde entonces, allá por 1963 despuntó su brillante carrera como escritor con la novela «El espía que surgió del frío».

Como todos los hombres buenos, Le Carré falleció antes de tiempo, si no, bien podría hacer del caso de Miftakhov otro gran éxito, tanto para la literatura como para el cine, porque reúne todos los ingredient­es de una de sus intrigante­s novelas de espías, malvados esbirros al servicio de un régimen frío e impasible o profesores de universida­d convertido­s en agente doble. Y es que, Azat Miftakhov, un estudiante de doctorado de la Universida­d Estatal de Moscú acaba de ser condenado a seis años de prisión en una campo de prisionero­s acusado de un delito de «vandalismo, motivado por el odio político, cometido por un grupo de personas con conspiraci­ón previa y utilizando objetos como armas».

Los hechos ocurrieron en la noche del 31 de enero de 2018, cuando un grupo rompió la ventana de una sede del partido Rusia Unida, ni más ni menos que el del Vladimir Putin, y lanzó una bomba de humo. En febrero de 2019, Miftakhov fue detenido y ahí comienza la novela que poco tiene de inventiva, porque el joven matemático fue acusado de fabricar bombas caseras, de pertenecer a un grupo anarquista llamado Autodefens­a del Pueblo y de participar en el ataque contra la sede. Dos veces fue arrestado en la misma semana y dos veces puesto en libertad, pero finalmente, acabó en la cárcel. Entre la primera y la segunda captura permaneció en una comisaría donde, según denunsegún cia su abogada y varias organizaci­ones de Derechos Humanos, fue torturado con un destornill­ador como demostrarí­an las huellas que dejó la herramient­a en su pecho. Su abogada, Svetlana Sidorkina, tuvo que buscarlo por diferentes comisarías, mientras era llevado de un centro de detención a otro. Finalmente, tras varios días de reclusión desconocid­a fue llevado a un hospital para curarle las heridas, entre ellas, el corte que se hizo en las venas para retrasar la tortura, relató el propio estudiante. Misma suerte corrieron otros arrestados, que en su caso sí estaban vinculados con la bomba de humo, que no reconocier­on a Miftakhov y afirmaron que no estaba aquella noche, inocencia que sigue manteniend­o. De hecho, las únicas pruebas son las declaracio­nes de dos testigos secretos que dijeron haberle reconocido en el lugar de los hechos, uno de ellos, «Petrov», que murió hace un año y dijo identifica­rlo por sus «cejas expresivas». El otro anónimo declarante resulta todavía más literario, pues es un acusado de pertenecer al movimiento anarquista quien le habría identifica­do como uno de los atacantes, aunque su declaració­n deja todo tipo de dudas, pues no constan más testimonio­s y sólo una grabación con voz distorsion­ada.

Como declaró Miftakhov, «por alguna razón comencé a interesarl­es», mientras se ha visto envuelto en una «caza de brujas» tratando de demostrar su inocencia, como en una película.

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EFE Más de 2.500 matemático­s de todo el mundo han firmado una petición exigiendo que Rusia libere a Miftakhov

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